Una
fresca mañana de verano, la lluvia caía a intervalos breves de tiempo colándose
los primeros rayos del sol iluminando el
entramado de calles por los que acostumbraba a perderme deambulando sobre el
empedrado abultado y repleto de grietas.
Atravesé
una calle estrecha y a mi derecha se encontraba lleno de presagios el marco de
una ventana desvencijada y cubierta de óxido su madera vieja e irregular, el
fondo era oscuro y nadie se asomaba en ella, justo pegada a ella estaba la
puerta de entrada también gastada e irregular, unos pasos más adelante sobre un
banco de piedra iluminado por el sol y húmedo descansaba un anciano con una
mano sobre otra, apoyadas ambas en una cachaba, su mirada perdida en el vacío
en actitud de espera, ignoraba toda presencia incluso la mía que se sentó a su
lado observando el momento del día y lamentando la ausencia de una cámara que
detuviera el instante. En ese tiempo saltó a la calle desde la puerta desvencijada
un hombre esbelto, muy delgado con una
mirada joven, brillante y encantadora y paso decidido portando sobre su hombro
una bandolera de tela raída.
La mente va y viene del pasado al presente y
raras veces puede prever qué nuevos aconteceres nos esperan, sumida entre esas
primeras impresiones de un día inesperado y azaroso, recordé un breve relato escrito en francés cuyo título
es “La Promeneuse et le danseur” y comprobé que estaba evocando un sueño. Pocos
días después abrumada por el choque del tiempo quise investigar sobre el lugar,
el anciano que esperaba su final había danzado en su juventud, el marco de la
ventana conservaba su infinita mirada y al advertir mi presencia sin apartar su mirada fija, me dijo: “danzamos
y danzamos y nunca sabemos lo que nos espera”, me levanté, proseguí mi camino,
miraba hacia el sol brillante y me dejaba mojar por la lluvia intermitente en
esa mañana de contrastes, así llegué al duro asfalto con el relato evocado en
mi mente, al llegar a mi casa busqué con afán el relato, escrito a máquina,
comprobé la fecha y había sido creado cincuenta años atrás, en los que conocí
a un joven brillante y decidido que se dedicaba a la danza profesional, ahora
con la mirada perdida descanso con frecuencia en el mismo banco que asistió al
nacimiento de esta historia.
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