Una carta no enviada.
Ahora que la muerte me pisa los talones encallecidos
a causa de tantos caminos hollados con pisada firme y quizás un poco inseguras
por tu presencia, la conciencia certera de que todo toca a su fin.
He pasado, he caminado, he ejercitado mis pobres
músculos y ahora te enfrento, ya sé, me esperas a la vuelta, eres implacable,
es mi destino encontrarte, y no te amo, tus figuraciones me espantan, no te
huyo, simplemente te detesto.
Vamos a llegar a un acuerdo, ese día en el que me
encuentre inmersa en una bella historia narrada por una de tus víctimas ya, sal
a mi encuentro, no me importa porque quizá yo me encuentre entonces muy lejos
de aquí, de ahora, en otro país en el adentro de otra alma que no es la mía,
rodeada de paisajes ignotos, de colores y de esperanzas porque sí, nuestro
trayecto no es otra cosa que una esperanza que nunca se consuma, una ilusión
velada solamente por tu presencia. Adiós y no te impacientes me sostiene la muy
efímera existencia de los sueños, la derrota de un simple humano.
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