EL INCONSCIENTE
La
voz de la conciencia siempre resonaba en sus oídos con ese matiz juicioso que
siempre da la consciencia a los hombres de bien. Suele ser motivo de risa y de
chanzas contemplar cómo un ser que carece de tan excelsa virtud, se bambolea, y
da palos de ciego en una realidad tan bien conformada en su devenir cotidiano.
–¡Eres
un inconsciente! Le repetían sin cesar y sin paliativos sus familiares y
amigos. —Nunca llegarás muy lejos. Sin embargo, se esforzaba cada minuto de su
existencia, ejercitaba su atención, lograba cotas de concentración muy altas…
se daba cuenta de que tal vez tenían razón sus diligentes amigos y familiares
que con tanta destreza lograban triunfar colmados de éxito, y decidió que
debería superar lo que ya consideraba en su carácter una terrible deficiencia.
Salió
de viaje una mañana, como era habitual en él tomó un tren tras haber realizado
todas las gestiones necesarias para subirse en él, casi a ciegas y con ese aire
ausente que le caracterizaba, tomó asiento en uno de los compartimentos y se
dispuso a leer un libro que ya tenía empezado con el fin de coger el hilo en el
punto en que se encontraba, pero ¡oh sorpresa!, nada era semejante a la lectura
de la noche anterior, la atmósfera del libro no era ya la misma, las líneas se
montaban unas sobre otras en medio de tan insistente ajetreo, él con su constancia,
todavía incrédulo, continuaba leyendo y pasando páginas y a duras penas lograba
enterarse de algo, acaso el cambio de ambiente, el ir y venir de los viajeros,
ese inevitable choque con la realidad de un nuevo viaje, irrumpían en su
cerebro ocasionándole cierto nerviosismo.
Pronto entró en su departamento un grupito de
personas que lo acompañarían durante el trayecto en diferentes etapas. Levantó
la vista levemente y se dio cuenta de que las tres personas que habían entrado
colocaban su equipaje en los estantes superiores cuidadosamente y se
desembarazaban de sus abrigos colocándolos encima.
Jacobo
asombrado siempre por la pulcritud de sus congéneres se preguntaba mientras
tanto como en sueños si él había procedido de idéntica manera y repasaba
mentalmente todo el proceso desde que llegó al compartimento, en efecto, esa
pulcritud le parecía a él inalcanzable.
Como
era persona muy locuaz, pronto entabló conversación con una señora, inveterada viajera
y de aspecto demasiado atildado. Se estableció entre ellos una conversación
convencional a primera vista, pero él enseguida se dio cuenta de que la señora
inquiría constantemente, con una sonrisa demasiado complaciente, y se mostraba
muy deseosa de saber todo lo que Jacobo escupía por su boca, él inocentemente
daba datos y más datos sobre sus circunstancias familiares, sus deseos, sus
anhelos más profundos, viajes de otro tiempo, anécdotas del pasado, emocionado
de manera visible porque su interlocutora le seguía la corriente, contó Jacobo
todo cuanto en ese momento se le pasaba por la imaginación, incluso comentó de
pasada el pasaje del libro que estaba leyendo y sintió cómo en ese momento
lograba centrarse en su lectura, como una niebla que pasa y nos humedece la
cabeza con un pequeño golpe de viento, ah!! ¡Qué gusto poder leer ahora con
tranquilidad!, una especie de lucidez repentina hizo que sazonara su solitario
monólogo abandonándose a él con cierto desenfreno desesperado ante la escasa
participación de la viajera que asentía o negaba con gestos, como si estuviera
privada de lenguaje, o tal vez su código lingüístico fuera muy pobre, o
simplemente carecía de educación tan insensible como se mostraba, pero cuyas
preguntas excitaban la imaginación solitaria de Jacobo que se veía obligado a
responder con largas parrafadas y benevolentes sonrisas que le servían de
incisos.
La
mujer se recreaba con su inocente conversación, pronto Jacobo se quedó sin
aliento, estático, dejo de mover sus manos, posó su mirada ausente en los
ávidos ojos de la señora, le iban y le venían diferentes ráfagas de lucidez a
su cerebro agotado por el esfuerzo
constante de atención a la mujer y su cuidadoso lenguaje y descripción. El tren
rodaba a toda marcha como si sus palabras volaran al unísono, y sus sonrisas se
posaran en lo alto de las montañas circundantes, sintió un ligero sofoco y después frío, la
mujer completamente ajena a sus impresiones, continuaba ansiosa su labor de
preguntar como si no fueran suficientes todos los datos que le había
proporcionado Jacobo, poco a poco iba tiñéndose su semblante de lozanía, y
satisfacción, mientras Jacobo sentía el deseo apremiante de detener su conversación, de detener la marcha impetuosa
del tren, porque le inundaba la frialdad del vacío.
Cuando
por fin la viajera llegó a su lugar de destino y recogió sus cosas para bajar
del vagón, él emitió un saludo de despedida ausente como siempre y amable, y se quedó pensativo, era inútil de todo punto
retomar su lectura, miró a través de la ventanilla el paisaje montañoso que se
abalanzaba sobre el tren, sintió un leve mareo, una especie de arcada
acompañada de una nausea se le agolpó en la garganta mientras pasaban por su
imaginación todas las palabras que había emitido en absoluto carentes de
entusiasmo, sintió también una profunda tristeza acompasada por cierto
nerviosismo y malestar, ¿qué había estado haciendo? ¿era posible que siempre
que entablaba una conversación, una multitud de impresiones silenciosas
tuvieran que acosarlo y torturarlo?, se hizo a sí mismo el firme propósito de
no volver a hacerlo, pero ¿cómo?, –vivía
entre la gente y la gente habla y habla… pregunta y pregunta… y nunca es capaz
de apreciar si tienes nauseas, si sientes un vacío enloquecedor, si los nervios
se desatan, si no eres capaz de retomar tu lectura, en fin todas esas cosas que
ocurren cuando un interlocutor toma conciencia de cierta candidez en el otro y
decide absorberla sin piedad.
Jacobo
llegó al fin a su destino, con su habitual mirada ausente y el gesto
consternado y abatido a causa de lo poco que había evolucionado su conciencia,
pisó con firmeza el asfalto y tal como subió a ciegas a ese tren, tomo un taxi
que lo llevó a su casa en donde siempre escuchaba la misma cantinela, –nunca
llegarás muy lejos… —eres un inconsciente…, cabizbajo se dirigió a su cuarto y retomó atentamente la
lectura en el punto en que lo había dejado, y libre ya en su soledad de
interlocutores apremiantes, prosiguió su ejercicio cotidiano de consciencia,
esta vez sí, lograba enterarse de algo.
Mercedes.
Imagen: Bruno Schultz "Self-portrait" 1920-22.
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