EL TRANSITO DE UN SUEÑO
Dos especies
de manos se enfrentan en la vida,
brotan
del corazón, irrumpen por los brazos,
saltan,
y desembocan sobre la luz herida
a golpes,
a zarpazos. (…)
Las Manos, poema de Miguel Hernández
En
un viejo taller destartalado, él modela
anillos de plata coronados con bolas de colores que se engastan fácilmente en el
metal y pueden intercambiarse. Imagina todas las manos que le visitan para
adquirir una pieza y nunca las que se extienden ante sus ojos le satisfacen
plenamente, él busca las manos perfectas, unas manos dignas de una dama,
estilizadas, con dedos frágiles y largos que puedan lucir su arte, imagina
mujeres de otro mundo en el cual llevar uno de sus anillos no entorpezca
ninguna actividad, mujeres que nada realizan con las manos y las mantienen
impolutas y vírgenes.
Se encierra en su taller por las noches y
cuando ha terminado una pieza llama a su amiga para probársela, pero ¡oh! decepción,
las manos de su amiga son nerviosas, tienen los dedos torcidos como si hubiera
hecho un gran esfuerzo antes de nacer agarrotadas en las paredes del útero
materno, sus manos han clamado auxilio, y sus huesos retorcidos y deformes no
pueden con el enorme peso del anillo que se prueba y éste se ladea torpemente,
y los ojos del artista lo lamentan con desagrado.
En
adelante cada vez que creaba una nueva maravilla evitaba llamar a su amiga que
siempre mantenía activas sus extrañas manos en este o aquel menester con la
destreza de unos huesos osificados ya en su deformidad temporal pero eficientes
en sus movimientos rápidos acostumbrados a la lucha prenatal, así que él decidió
fabricar unas manos perfectas en cera fundida para que le sirvieran de prueba, de
ese modo se sentía ajeno al lamentable espectáculo de ver sus obras maestras en
unas manos cuya historia delata el esfuerzo y la invasión del dolor.
Volvió
a encerrarse en su mágico taller, ilusionado con sucesivas pruebas.
Todas
las pruebas resultaban perfectas, su amiga era la encargada de poner las joyas
a la venta en un puesto callejero, muchas mujeres fueron las que una y otra vez
se probaban los anillos extendiendo sus manos hacia adelante con ese aire de
coquetería femenina que manifiestan algunas de ellas cuando se prueban joyas
que consideran dignas de adornar una parte de su cuerpo.
Ella
extendía solamente la mercancía al tiempo que ocultaba sus manos tras el
estante temerosa del fracaso, él observaba sentado en un taburete fijando su
atención en las múltiples manos que iban apareciendo, taciturno y esperanzado,
lo que estaba esperando eran las manos de sus sueños, esas manos estilizadas para
las que había destinado su arte.
El
día llegó de la manera más inesperada, su amiga se quedó sin habla, él se
levantó de su asiento para recibir a la portadora de aquellas manos soñadas que
superaron con gran éxito la prueba, unas manos blancas como la cera, virginales
y provistas de largos dedos, en las que la ausencia del dolor y del esfuerzo
las hacían semejantes a un sueño que ninguna técnica artística podría nunca
igualar, se volvió a su compañera con el gesto sombrío y le pidió por favor que
se retirara, que él se encargaría de la venta personalmente.
A partir de entonces una nueva compañera le
servía de modelo en el taller de los sueños.
Foto:
Vincent Van Gogh
Manos
De: Silencios en Otoño
De: Silencios en Otoño
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