EL AMARGO PLACER DE LA DERROTA
“La derrota tiene
una dignidad que la victoria no conoce”
J.L.Borges
Como el que camina despreocupado y atento sin
embargo a las embestidas callejeras, como ignorante del flujo urbano a ciertas
horas del día, empapado hasta los huesos, resguarda de las inclemencias del
tiempo unas hojas cuidadosamente apiladas dentro de una envejecida carpeta azul
recuerdo de la infancia, sueña despierto ese día mientras mueve sus piernas al
ritmo común del viandante, siente latir toda la actividad de sus manos en la
tarde, es un escrutador de palabras, es un escrutador del tiempo que vigila
cada segundo que pasa porque se le va la vida en ello, es finalmente un hombre
derrotado, no conoce el éxito, como tampoco conoce la venganza ni la voracidad
que como fieras enjauladas manifiestan otros seres, fue derrotado por el amor
que le hirió temprano en los albores de su juventud, fue derrotado en su
profesión, avasallado y pisoteado, conoció también la derrota ajena de algunos
de sus mejores amigos, es un loco solitario que nada espera de la vida más que
un instante más del destello que le llevó a la locura. A su ritmo despreocupado
en medio del vacío del mundo, comprimía su cartapacio contra el pecho
desesperanzado, ya el ruido de papeles unos contra otros desparramados por el
suelo arrimado feliz a la puerta de su coche una mañana de primavera no le proporcionaría la dicha inmensa de aquel
encuentro, cuando imprimió la primera
edición de su trabajo, entonces, un gran hombre dirigía sus pasos para que al
fin lograra desarrollar su historia aherrojada y maldita, aquel encuentro con
su mejor amigo ya nunca volverá, se lo llevó la muerte y esa fue la peor
derrota.
Entró
en un café con el propósito de resguardarse, se sentó en un rincón apartado del
bullicio, las miradas curiosas habituales en esos lugares no faltaban, se
colocó las gafas y se dispuso a abrir su cartapacio, contempló con placer el
trabajo realizado, era como contemplar al mismo tiempo largas horas de esfuerzo,
todo el desgaste de sus ojos, días de sol y de niebla, días apacibles y
exaltados, desesperación ante el fracaso de una investigación, luces y sombras,
sonidos cotidianos, paseos por el centro de la ciudad, cigarros que se encienden
y se pisotean, y la larga espera del
final que no llega.
Cuando
más concentrado se hallaba entre las páginas que acababa de imprimir, alguien
se le acercó para entablar conversación, él, reacio al principio se mantuvo
distante y ligeramente molesto por la intromisión.
La
mujer extendió su mano para presentarse y él aún mantenía las suyas sobre sus
hojas como para salvaguardar su intimidad, aun no se había internado en esa
realidad casual fruto de un mero guarecerse de la lluvia, y de pronto se vio
desnudo y sin palabras, tímidamente extendió su brazo para saludar, –te conozco
desde hace tiempo, —dijo ella, —te veo pasar por aquí todos los días y siempre
me he preguntado el por qué de ese caminar cansino y sigiloso, parece que huyes
de algo menos intranscendente que un día de trabajo, ¿quizás te persigue la
justicia? ¿te dedicas a negocios sucios? ¿ te ha abandonado tu mujer?, él
comenzaba a impacientarse, y no contestó a ninguna de sus preguntas que una
tras otra iba rechazando, la mujer asombrada por tanto silencio, quiso suavizar
su brutal entrada y le dijo, hablando sola en todo momento –tienes cara de
buena persona, esos surcos a ambos lados de tu cara rebelan lágrimas en el
pasado, tus ojeras delatan largas horas de insomnio, tu boca refleja la
amargura de un hombre solitario, tu triste mirada es la mirada de un miope, y
tus manos nerviosas las de un artista, ¿acaso pintas? ¿escribes música? o ¿tal
vez escribes libros? Ella no apartaba su mirada de los papeles que poco a poco
él iba recogiendo y guardando en el cartapacio con ademán de marcharse, –no,
–solo soy un hombre cansado que busca un final para su novela –ha sido un
placer hablar contigo, he encontrado en tu compañía un final para mi libro, tú
me lo has proporcionado, como muestra de gratitud te enviaré el primer ejemplar
publicado –los corazones rotos se curan, los corazones protegidos acaban
convertidos en piedra.
Poco
a poco fue desembarazándose de la visitante y en silencio salió del local en
dirección a su casa con la impresión que se siente al haber perdido algo, algo
que solo iba a encontrar sentado ante su escritorio en busca de ese final que
nunca llega mientras nuestro corazón late impaciente.
Foto: Piet Mondrian (1872-1944)
The Large Nude, 1912
De: Silencios en Otoño
De: Silencios en Otoño
Muy buena historia
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