MUERTE Y VIDA
Esta
noche lúgubre tuvo lugar el suceso.
Un
hombre joven y fornido caminaba a mi lado a través de una calle estrecha y
húmeda inmersa en una luz plateada que generaba las sombras de nuestros pasos.
Un tumulto de gentes de toda especie se agolpaba en un bar pidiendo a gritos
unas jarras de cerveza, al mismo tiempo una mujer me miró de medio lado y me
dijo en voz muy alta que iba mal vestida para la ocasión.
El
hombre fornido me sacó del recinto a empellones, nos internamos en unos
sinuosos pasajes y nos subimos a un gran vehículo que apresuradamente él puso
en marcha. Llegamos a una calle desierta en donde encontramos una puerta
envejecida cerrada con un gran pasador del que colgaba un enorme candado
oxidado. Una vez dentro, dos hombres paralizados por nuestra presencia
permanecían adosados a la pared, uno de ellos era un joven asustado que clavaba
sus pequeños ojos en los del hombre, con aire inocente como pidiendo clemencia,
el otro era un hombre entrado en años con el aspecto de un vulgar matón.
El
hombre fornido la emprendió a hachazos con los dos, decapitando al más joven, en
medio de un gran charco de sangre extendió unas bolsas blancas e introdujo en
ellas los restos descuartizados de los
cadáveres, depositando la cabeza del joven, cuarteada y ensangrentada en una
bolsa aparte.
Dejó
las bolsas en la parte trasera del vehículo y me obligó a conducirlo sola.
Atravesé
la calle en medio de gritos de espanto y sirenas de la policía. Finalmente,
resulté convicta de asesinato y el hombre fornido disfrutaba de sus vacaciones
allende los mares.
Cuando
desperté, un bulto grande y blanco cargaba su peso sobre mis piernas, entonces
respiré con alivio, era mi encantadora perrita.
Foto: Muerte y vida Gustav Klimt
De: Silencios en Otoño.
De: Silencios en Otoño.
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