ANDRÓMEDA
No se nace sino que se deviene mujer.
Tuvo
la mala fortuna de nacer mujer en un medio que le exigía rasgos y actitudes
propias de un varón. Toda su infancia la pasó entre hobbies, y juegos
varoniles, se le exigía incluso ese arrojo varonil que distingue a hombres y
mujeres en los comienzos de la vida. Era una hembra en el más amplio sentido de
la palabra aunque fina, delicada y con una fragilidad aparente que llamaba a
engaño a quien la conocía.
Muy
consciente de su fatal destino quiso saber qué habían hecho otras mujeres en
circunstancias parecidas y leía a hurtadillas, a escritoras del pasado cuando
los avatares que le ocurrían al sexo débil eran aún más estrictos o al menos
semejantes a los suyos. Tomó en su más tierna adolescencia la decisión de
ingresar en un convento de clausura en donde esperaba encontrar un remanso de
paz y refugio de sus penalidades, pero la rechazaron y se mofaron de ella.
Cargó
con el estigma largos años, acosada por los hombres que competían con ella en
inteligencia y se mostraban agresivos en su presencia sacando a la luz sus
múltiples actitudes varoniles.
Cuando
finalizó su adolescencia se le exigió un matrimonio concertado, –eso que parece
increíble en nuestros días ocurre con relativa frecuencia–. Intentó liberarse
de esas cadenas y para ello había cosechado con esfuerzo un brillante
expediente y con ese pretexto consiguió desplazarse a otra ciudad, y se desembarazó así
del entuerto.
Se
convirtió poco a poco en una mujer muy atractiva y solitaria que despertaba
sospechas en cualquier lugar, objeto del acoso más despiadado y pertinaz de
todos los hombres que conocía.
Se
recogió en sí misma sin renunciar nunca a su condición femenina y fue acusada,
vilipendiada y humillada hasta la saciedad.
Cuando
ya tenía casi terminado su recorrido y cansada de luchar, recibió una noticia:
un varón la sustituía en el medio en que nació mujer. Ansiosa por conocer qué
habría sido de ella como hombre, se encontró con una gran decepción, tan sólo
la suplantaba como un vulgar hacendado.
Nota: La madre de Andrómeda, Casiopea, habiendo presumido de ser tan bella
como las Nereidas, provocó la furia de Poseidón, que decidió inundar la tierra
y enviar al monstruo marino Ceto para que acabase con los hombres y el ganado.
Cefeo, padre de Andrómeda, sabía por el oráculo de Amón cuál era la única
solución: entregar a su hija al monstruo. Para ello, la dejó vestida únicamente
con unas joyas y encadenada a una roca.
Foto: Andrómeda encadenada a una roca de Gustav Doré
De:
Claros y Sombras
Mercedes
Vicente González
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