viernes, 29 de marzo de 2013

ANDRÓMEDA


 

 
 
 

 






ANDRÓMEDA

No se nace sino que se deviene mujer.
Simone de Beauvoir



 

Tuvo la mala fortuna de nacer mujer en un medio que le exigía rasgos y actitudes propias de un varón. Toda su infancia la pasó entre hobbies, y juegos varoniles, se le exigía incluso ese arrojo varonil que distingue a hombres y mujeres en los comienzos de la vida. Era una hembra en el más amplio sentido de la palabra aunque fina, delicada y con una fragilidad aparente que llamaba a engaño a quien la conocía.

Muy consciente de su fatal destino quiso saber qué habían hecho otras mujeres en circunstancias parecidas y leía a hurtadillas, a escritoras del pasado cuando los avatares que le ocurrían al sexo débil eran aún más estrictos o al menos semejantes a los suyos. Tomó en su más tierna adolescencia la decisión de ingresar en un convento de clausura en donde esperaba encontrar un remanso de paz y refugio de sus penalidades, pero la rechazaron y se mofaron de ella.

Cargó con el estigma largos años, acosada por los hombres que competían con ella en inteligencia y se mostraban agresivos en su presencia sacando a la luz sus múltiples actitudes varoniles.

Cuando finalizó su adolescencia se le exigió un matrimonio concertado, –eso que parece increíble en nuestros días ocurre con relativa frecuencia–. Intentó liberarse de esas cadenas y para ello había cosechado con esfuerzo un brillante expediente y con ese pretexto consiguió desplazarse a otra ciudad, y se desembarazó así del entuerto.

Se convirtió poco a poco en una mujer muy atractiva y solitaria que despertaba sospechas en cualquier lugar, objeto del acoso más despiadado y pertinaz de todos los hombres que conocía.

Se recogió en sí misma sin renunciar nunca a su condición femenina y fue acusada, vilipendiada y humillada hasta la saciedad.

Cuando ya tenía casi terminado su recorrido y cansada de luchar, recibió una noticia: un varón la sustituía en el medio en que nació mujer. Ansiosa por conocer qué habría sido de ella como hombre, se encontró con una gran decepción, tan sólo la suplantaba como un vulgar hacendado.

 

 

Nota: La madre de Andrómeda, Casiopea, habiendo presumido de ser tan bella como las Nereidas, provocó la furia de Poseidón, que decidió inundar la tierra y enviar al monstruo marino Ceto para que acabase con los hombres y el ganado. Cefeo, padre de Andrómeda, sabía por el oráculo de Amón cuál era la única solución: entregar a su hija al monstruo. Para ello, la dejó vestida únicamente con unas joyas y encadenada a una roca.

 
 Foto: Andrómeda encadenada a una roca de Gustav Doré
 

De: Claros y Sombras

Mercedes Vicente González

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