viernes, 1 de enero de 2016

INMUNDICIA

INMUNDICIA

Se amontonan en sus asientos en un recinto estrecho y sombrío rozándose sin pudor durante horas en espera del primero que pase para importunarle con sus falsas salutaciones. Ansiosas como comadres en celo, fondonas y envejecidas a destiempo son capaces de escupir con su mala lengua serpientes y sapos envenenados.
Así son y están todos los días a la puerta de mi casa. No dejan vivir a nadie y molestan continuamente como cotorras desatadas.
 En lo más alto del edificio lejos de ese espanto, pueblan mi casa personajes de toda índole, de esos que son capaces de describir el transcurso del río del tiempo entre ciudades bien apostadas y rodeadas de edificios de colores, calles irregulares y pedregosas, el sabor viejo de una cantina añeja, un trago de tequila, una mezquita, un orante oriental que clama en el desierto, un hombre fijo de mirada diáfana y aplicada concentración delante de su libro en un rincón de un café en la vieja Europa, monstruos de todos los días que sacuden los cimientos de las almas bien asentadas e infringen castigos injustos y acusaciones y delirios, todas aquellas cosas que azuzan nuestra vida llenándola de amarguras gratuitas, así, en esa atalaya de sueños, de caminos hollados por pasos anónimos surgen de pronto ensimismados diferentes personajes escritos, labrados, elaborados, sentientes y próximos que con sus voces arrullan los sueños de cada día, de cada noche…
¡¡Cuánta magia desplegada!, las palabras se adueñan del espacio temporal y nos revisten de misterio.
A veces tengo la impresión de que van a derribar con su empuje los muros de mi casa esos despojos humanos ¡cuántas veces he tenido esa sensación! Algunos de manera muy explícita han aludido a una torre de marfil. ¡No existe tal torre! el mundo de los sueños no es más que el transcurso de otras vidas paralelas, paralelas a esas otras vidas de cacatúas maldicientes, líneas que nunca se tocan, en idéntico trayecto, pero con diferentes fardos.
Apostadas en las puertas de mi casa, esas mentes indigentes piden a gritos cierto tipo de conmiseración que no merecen, acreedoras como son de su inmundicia.
Las moscas, mosquitos, chinches y pulgas pueblan mis redaños, pobres animalitos que conviven con las arañas y la podredumbre del polvo. Sin embargo permanecen intactas tal vez amarillentas ya por el paso del tiempo las páginas de ejemplares antiguos ¡la tinta permanece! mi vista alcanza sus líneas, se agolpan las palabras y se deslizan incólumes historias, impresiones y sentires de aquellos que han permanecido fielmente apostados a las puertas de la vida capaces de mirar y ver lo que se esconde en la trastienda de esos asientos desgastados por el peso de una existencia vacía y pavorosa.

Mercedes.