sábado, 16 de noviembre de 2013

PÁLPITO EN LA SIERRA









PÁLPITO  EN  LA SIERRA


no hay silencio siquiera en las montañas
sino el seco y estéril trueno sin lluvia
no hay soledad siquiera en las montañas
sólo huraños rostros de mofa y queja

V. Lo que dijo el trueno. La tierra Baldía.
T.S. Eliott


Llegaron con las primeras luces del alba al albergue de la Sierra  en donde pasarían el fin de semana recogiendo setas a través de los campos y los bosques  dorados de otoño. Él iba provisto de todos los aparejos y llevaba crampones para sus botas con el fin de escalar el monte que se divisaba desde la ventana, ella aunque había participado en otras muchas expediciones, como cacerías y arreo de vacas en los picos nevados de Europa, sin embargo acudía a esta excursión desprovista de cualquier instrumento que la protegiera de los accidentes del campo, se trataba de un viaje que más era un pretexto para salir de una ciudad populosa y gélida e internarse en la Sierra, en donde los colores azules,  ocres y dorados, amarillos enrojecidos por el sol y las hojas de los árboles caídos y combados por los primeros vientos del otoño ejercían un poder mágico, como un conjuro sobre su espíritu montaraz.
Él en cambio acudía al encuentro con la naturaleza como si de una ardua escalada se tratara, allí iba a reunirse con otros compañeros de fatigas que solían escalar montañas cubiertas de nieve y hielo en otros parajes y esta expedición se tornaba entonces en una simple bagatela excusa para reunirse y recoger algunas setas.
Tomaron un desayuno fuerte a base de huevos y leche y pan de hogaza con queso al calor de una lumbre improvisada en el lugar y descansaron un rato antes de ponerse en camino.
Emprendieron la marcha con los primeros rayos del sol, los rastrojos sobre la tierra, restos de algunos  árboles ya pelados por los primeros rigores del invierno, herían el calzado de ella demasiado endeble para esos caminos. Fue trotando sin embargo alegre por el natural paisaje y de vez en cuando recogía las setas que encontraba y examinándolas atentamente tras algún comentario en voz alta las iba guardando en una bolsa junto a algunos perifollos que hallaba desperdigados entre las hojas.
Así caminaron los amigos hasta llegar a las proximidades de la sierra en donde un río pasaba casi inadvertido regando unos peñascos desnudos e irregulares alrededor. Él se dispuso a escalar el primero con ese afán competitivo que le ilusionaba como si del Everest se tratara, ella se quedaba rezagada y entretenida con las setas y esa atmósfera oxigenada del valle que ensanchaba sus pulmones ahítos de los malos humos de la ciudad.
Entretanto la misma sensación que en otras ocasiones en que tuvo lugar una expedición semejante, se extendía a lo lejos dejándose sentir una extraña ausencia, algo que en medio de la naturaleza se hacía inminente, con premura acuciante, como si se tratara de algo arrebatado por la fuerza y que solo se hacía más presente cuando pisaba la tierra de caminos inexplorados y vírgenes ante sus ojos, no sabía a ciencia cierta si se trataba de un deseo frustrado, de un anhelo incumplido, o bien de un presentimiento,  pero golpeaba  en su pecho y la obligaba a retardar su marcha ajena por completo a cualquier empresa de competición agreste.
Iba tan ensimismada en sus sensaciones que no reparó en la distancia casi eterna que la separaba de su compañero, de pronto escuchó un grito de auxilio en la lejanía, corrió campo a través y por fin encontró a su amigo hundido en una sima inesperada y a duras penas sujeto a la maleza con los crampones de sus botas y las manos clavadas en una zarza salvaje, ella quiso ayudarlo y sintió de repente esfumarse  sus sensaciones con el tenue viento de la mañana, intentó asirlo con sus brazos pero su fuerza era exigua para arrastrar tanto peso, —¡ve a pedir ayuda dijo su amigo enrojecido de pavor, en el pueblo vive un hombre fuerte que puede ayudarnos!, ella se apresuró con todas sus fuerzas a desandar el camino andado, una vez en el pueblo buscó al hombre fuerte y éste acudió en su compañía al lugar de la sima, pero antes de llegar al pie de la sierra el amigo flotaba sobre el río desangrándose sus heridas junto a los peñascos enrojecidos que le habían arrebatado sus crampones.
Comprobó ella entonces que sus sensaciones tenían lugar en medio de un espacio infinito que no exige a sus visitantes otro instrumento más allá de los sentidos y que siempre la salvaba de la muerte.


De. Silencios en Otoño

Pintura china, naturaleza, el valle de las  montañas azules.

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