viernes, 18 de octubre de 2013

UNA EXTRAÑA EDICIÓN


Una extraña edición

 Se encontraba entre montones de libros apilados, al poco tiempo de  llegar a la librería el anciano mendigo y sumido en su vergüenza pobre se puso a escarbar las montañas y montañas de libros que allí halló.
Los pocos visitantes del momento contemplaban atónitos esa voracidad más propia de alimentos que de libros que desprendían sus ropajes desgarrados por la miseria. Tocado con un sombrero calado hasta las orejas sus ojos enloquecidos permanecían ocultos. Una presurosa agitación se extendió de pronto por todo el local, ¿Era un ladrón? ¿Era un loco? ¿Se trataba de un drogadicto?
Nadie conocía, ni siquiera él mismo su identidad extraña, iba y venía siempre escrutando los montones como un investigador se concentra en busca del hallazgo de su vida.
El librero taciturno y pesaroso continuó su quehacer cotidiano y solo de vez en cuando alzaba la vista de uno de sus ojos con el fin de vigilarlo.
El hombre iba dejando a su paso el olor característico de la miseria que impregnaba el ambiente, tirado en el suelo según su costumbre hojeaba los libros con afán.
Pasaba largas horas apostado en los albores de sus sueños al pie del local cuidadosamente decorado.
¡Cuántas tardes la lluvia lo había empapado! ¡Cuántas mañanas entumecido por el frío se había acercado al lugar deseado! ¡Cuántas calles recorridas! ¡Cuántas esperanzas abortadas!
Llegaban como siempre los meses de la luz a través de las ventanas, y los primeros impactos del calor le derramaban unas gotas de sudor sobre la frente.
– ¡Amigo!, —dijo, enseñando en una sonrisa cómplice  sus pequeños dientes agotados por la nicotina, tengo algo que decirte, he encontrado un libro de los años sesenta y me gustaría cambiártelo por otro y rápidamente sacó de su morral una antigua edición del siglo XVII, encuadernada en piel que contenía la imperecedera gramática francesa y lo posó sobre el mostrador suavemente como quien se desprende de un tesoro objeto de herencia. El librero asombrado por el gesto le repuso que eso era cosa de marchantes de libros y que él era un humilde librero que vendía su mercancía a un precio ya estipulado por las editoriales.
El mendigo alegó que ese libro que no podía comprar contenía la historia de un hombre agotado que vagaba por calles de Nueva York en busca de algún marchante de libros que le diera acceso a una edición novel de un libro que acababa de escribir y tras muchos tropiezos y desgarros dio con una editorial fantasma que le dijo que se lo publicaba, nunca volvió a saber nada de su manuscrito y andando el tiempo su autor, sumido en la miseria encontró un ejemplar perdido entre otros muchos en los últimos años de su vida, a consecuencia de ello pudo descansar el fin de sus días como si lo hubiera soñado.
El librero se mostró nervioso e impresionado con el relato y le preguntó por el nombre del autor, – si conoces tan bien la historia ¿en dónde radica tu interés? Él sin ningún reparo le comunicó que se trataba de él mismo, en ese momento el librero con una actitud displicente y amarga comprendió que debía regalar ese ejemplar al anciano mendigo que sin proponérselo había sido víctima de un cruel destino.
A los pocos días el librero abría su librería y en las primeras horas de su jornada leía la noticia en el periódico: “Anciano clochard aparece sin vida a las orillas del río con un libro en las manos, abierto en una de sus páginas iniciales con una dedicatoria, “A mi editor a título póstumo”.
El librero caminó apesadumbrado unos minutos por el local y se acercó al montón de libros tirados en el suelo y comprendió su incapacidad de saber que de los muchos libros que vendía sólo uno había sido el cruel testimonio de su existencia, continuó su tarea de empaquetar y seleccionar ejemplares y despreocupado en lo sucesivo de la visita de cualquier extraño.   


Foto: A Paris Clochard, John H Popper


 De: Silencios en Otoño

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