EL ENTUSIASMO DE DIONISOS
…en otro tiempo lo divino ha formado parte de la vida humana…
…de la tragedia de lo humano: no poder vivir sin dioses.
El hombre y lo divino. María Zambrano
Dionisos en el hombre es la semilla de lo divino, es la semilla de Zeus en la Tierra, en la Sémele, su madre mortal, de lo humano, es esa maravillosa condición del entusiasmo.
El sustantivo entusiasmo procede del griego ejnqousiasmov" que viene a significar etimológicamente algo así como “rapto divino” o “posesión divina”.
El sustantivo griego está formado sobre la preposición ejn y el sustantivo qeov" “dios”. La idea que hay
detrás es que cuando nos dejamos llevar por el entusiasmo es un dios el que
entra en nosotros y se sirve de nuestra persona para manifestarse, como les
ocurría según los griegos a los poetas, los profetas y los enamorados. La divina
locura.
Todos ellos estaban poseídos de la divinidad y por ello merecían respeto y admiración, pues llegaban a alturas que no podían ni siquiera vislumbrar las gentes que viven ajenas a esa condición.
La primera luz del primer despertar reverbera con el llanto, el primer contacto con el mundo genera el dolor de la impotencia, pequeños y desvalidos en medio del ancho caminar de un mundo en continuo cambio desde el amanecer hasta la caída del sol que produce en su ciclo vital de lo eterno e inasible, la sensación de muerte de vacío extremo, pereceros en el ciclo de las estaciones, que se renuevan cada año sin tregua morimos en nuestra niñez, en nuestra juventud y en nuestra vejez y dejamos atrás nuestras esperanzas para enfrentarnos a la muerte, no como mueren las flores en el otoño y vuelven a florecer en primavera para nosotros el renacer no existe, nuestro ciclo es finito, no es eterno y buscamos anhelantes ese poder que nos ha sido arrebatado por la naturaleza que nos circunda, y no hallamos explicación a tanto padecer, a tanto llanto, es la continua danza de la vida, la belleza se extiende ante los ojos asustados y sobrecoge, el deseo de poseerla es más fuerte que nuestros instintos que antes que dejarse arrastrar por la locura arrastran a los hombres en busca de un orgasmo perpetuo y en la mayor parte de ellos produce el desaliento, la depresión y la euforia en su caída insatisfechos con el poder desatado, la comida, la bebida y el sexo no bastan para colmar su deseo de la eternidad del mundo, lejos de la naturaleza ni siquiera alcanzan el rango de los animales cuya violencia está regulada por los ciclos naturales entre los cuales la violación no consentida no existe, sólo la natural fertilidad y sus señales los guía, y entonces tiene lugar el festín dionisíaco el renacer de la vida y reposan en paz hasta el nuevo ciclo, una explosión de los sentidos se hermana con la tierra, una embriaguez constante inunda sus sueños y viven en paz integrados en el devenir del universo.
Los crímenes pueblan el mundo, el abuso de poder, la mezquindad y el egoísmo, la violencia se desata, los grandes ideales perecen. Ser entusiasta es atreverse a ser un “loco divino”, a dar vida a nuestros más nobles sueños, a luchar por los grandes y eternos ideales que han dejado, como huella, las más grandes obras humanas sobre la Tierra.Este era el sentido profundo de esas danzas y fiestas dionisíacas: rozar lo eterno, lo que perdura a través de los ciclos de la materia.
Platón nos habla de tres tipos de divinos locos. En primer lugar, las profetisas de los oráculos de los templos griegos que, por unos instantes, eran capaces de ver la Historia en marcha y así guiar a los pueblos con pasos certeros. En segundo lugar, los artistas, cuya locura procedía de las musas. Y en tercer lugar, se hallaría el amante; el que ama de verdad se vuelve también loco, entra en un estado de conciencia como el del artista, en el que no existen los límites, en el que las realidades ordinariamente importantes dejan de tener valor, excepto aquello que es objeto de nuestro amor.
Locos poetas y ancestrales adivinos, y enamorados son arrastrados a la divina locura y poseídos del entusiasmo dionisíaco. Ya los griegos, en cuyo mundo la razón se explica a través de la inscripción que figuraba en segundo lugar entre las que aparecían en el Santuario de Delfos: mede;n ajvgan (nada en demasía), una frase atribuida a Solón (640-558 a. C.) que define los perfiles de la mentalidad griega, el dios de Delfos, Apolo, dios de la armonía y la moderación, aceptaba la frase en la intención de quienes colgaron las inscripciones en su santuario, estos griegos embriagados de vino y de inmortal belleza sucumbieron a la fuerza vital del dios Dionisos en el descubrimiento de un nuevo mundo en el que la razón queda reducida a límites puramente humanos, hasta llegar a la locura, así los locos poetas y ancestrales adivinos, y enamorados, hombres tocados por la divinidad son bien acogidos en el mundo griego, el mundo de la razón se pone al servicio y admiración de los sabios que escudriñan despiertos en la oscuridad de la noche y duermen a la luz del día para no verse arrastrados por la inmediatez de sus efectos. “Hay que dormirse arriba en la luz. Hay que estar despierto abajo en la oscuridad. Arriba en la luz, el corazón se abandona, se entrega. Se recoge.
…pues se ha llegado allí, a esa luz, sin forzar ninguna puerta y aun sin abrirla, sin haber atravesado dinteles de luz y de sombra, sin esfuerzo y sin protección”.
Claros del bosque. María Zambrano.
Mito de Dionisos
Cuenta el mito que en la ciudad griega de Tebas, vivía la princesa Sémele, hija del rey Cadmo y de la reina Armonía. Tan grande era su belleza que pronto fue objeto de la atención de Zeus. El dios acudía a visitarla al palacio de su padre disfrazado de mortal, hasta que un día la joven cedió ante una insinuación de Hera (la celosa esposa de Zeus) que, disfrazada de la nodriza de la joven doncella, sembró donde había confianza la duda de si quien la visitaba era realmente Zeus o si era un impostor que se había aprovechado de su inocencia.
De modo que, en su siguiente encuentro, la joven Sémele rogó al dios que se le mostrara en su olímpica majestad. Zeus accedió con mucho pesar ante la obstinación de la joven, consciente de que no podría soportar su divino resplandor, pero como le había dado la palabra de concederle lo que quisiera, tuvo que acceder a su ruego.
Fue así como la joven princesa pereció consumida por las llamas que desprendía Zeus, el señor del rayo. Dionisos, que estaba en el seno de la joven, hubiera perecido también si una tupida hiedra fresca y húmeda con que lo envolvió Gea, diosa de la Tierra, no se hubiese enrollado milagrosamente en las columnas de palacio, interponiendo su verde pantalla entre el niño dios y las llamas celestes.
Zeus recogió a Dionisos niño, para el que no había llegado el momento de nacer, y lo encerró en su muslo. Cuando el plazo se cumplió, extrajo a la criatura. Este doble nacimiento le valió a Dionisos el epíteto de “ditirambo”, que quería decir “el dos veces nacido”.
Entonces Zeus confió su hijo a Ino, hermana de la princesa muerta, que residía en Orcómeno con su esposo Atamante. Pero la diosa Hera, la engañada esposa celeste de Zeus, no había desistido de su deseo de venganza, por lo que trató de enloquecer a los tíos del niño dios. Pero Zeus consiguió salvar por segunda vez a su hijo transformándolo en cabrito y entregándolo al dios mensajero Hermes para que lo confiara en custodia a las ninfas de Nisa, una región montañosa mítica que no se corresponde con ninguna región griega conocida.
Dionisos, el niño dios, pasó su infancia en esta maravillosa región al cuidado de las ninfas. Las musas, las ménades, los sátiros y los silenos también contribuyeron a la educación de Dionisos. Con una corona de hiedra sobre sus sienes, el joven dios corría por montes y bosques en compañía de las ninfas, y las montañas le devolvían los ecos de sus risas y gritos. Mientras tanto, el viejo sileno se ocupaba de la educación del joven dios.
Cuando fue mayor, descubrió la vid y el arte de obtener el vino. Cuenta el mito que, al principio, bebió sin moderación, por lo que Hera aprovechó para llevarlo a un estado de locura divina del que sólo se recuperó al consultar el oráculo dedicado a su padre Zeus en el templo de Dodona.
Dionisos empezó entonces una serie de largos viajes, que lo llevaron desde Grecia hasta la India y otra vez de vuelta a Grecia, en su carro tirado por panteras y adornado por hiedra y vid, acompañado por los silenos, las bacantes y los sátiros, para enseñar a los seres humanos los misterios de su culto y los beneficios del vino.
En su largo recorrido, protagonizó aventuras de gran belleza, como aquella en la que un día, cuando el dios paseaba por la orilla del mar, fue raptado por unos piratas que se lo llevaron cautivo en su navío. Creían que se trataba de un príncipe y esperaban obtener un buen rescate por él. En vano se esforzaban por atarlo con pesadas cadenas; estas se soltaban y caían por sí mismas. Entonces se produjeron unos hechos prodigiosos: a lo largo del sombrío barco empezó a correr un vino delicioso y perfumado, y una vid trepó por la vela abrazándola con sus hojas. Mientras se adhería una oscura hiedra en torno al mástil, los remos se convirtieron en serpientes y resonaron flautas invisibles. Ante tales prodigios, los piratas, aterrados, se tiraron al mar, quedando transformados en delfines, lo que explicaría de forma simbólica por qué los delfines son amigos de los hombres y se esfuerzan por salvarlos en los naufragios, puesto que serían aquellos piratas arrepentidos.
En otros episodios de sus viajes se nos narran las dificultades con las que este dios se encontraba para que sus ritos y fiestas fueran aceptados por las gentes. Por ejemplo, cuando Dionisos regresó a Grecia después de su largo periplo, cuando estaba, de hecho, en su ciudad natal, Tebas, el joven dios introdujo sus fiestas, a las que todo el pueblo se sumó, siendo presa de delirios místicos. Pero el rey Penteo se opuso a ritos tan ajenos a las costumbres. Intentó encarcelar al dios y a sus sacerdotisas, las bacantes, y fue castigado por ello, así como su madre Ágave, que tampoco reconocía al dios. Ágave, en pleno delirio místico, desgarró con sus propias manos a su hijo y rey de Tebas, Penteo, en el monte Citerión.
Tras todas estas luchas para ser reconocido entre los mortales y para implantar su culto entre los humanos, el dios pudo ascender al Olimpo, terminada ya su misión. Pero antes de ello, descendió al Hades, lugar donde, según la tradición griega, residían las almas de los muertos, en busca de su madre, Sémele, para llevarla también junto a él a la compañía de los dioses inmortales
Pan, los sátiros, centauros y Ménades o bacantes, el vino, la hiedra, el laurel y el asfódelo estaban dedicados a Dionisos, así como el carnero, el delfín, el tigre y la pantera.
De Claros y Sombras
Mercedes Vicente González
Foto: Dionisos. Guillaume Coustou 1677/1746
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