miércoles, 3 de abril de 2013

EL AMONTONADOR DE SUEÑOS


 
 
 
 
 
 
A partir de cierto punto no hay retorno. Este es el punto que hay que alcanzar.
 Franz Kafka

EL AMONTONADOR DE SUEÑOS

 

 Llegaron a sus manos desde su más tierna infancia ejemplares de diferentes autores de cuentos ilustrados, con cubiertas de tela y en su interior con numerosas imágenes oníricas en las páginas amarillentas cosidas cuidadosamente. Libros de muchos colores, tenues y brillantes, claros, oscuros y sombreados, con anotaciones a pie de página escritas en minúsculos caracteres, cuidadosamente editados, impresos en ellos los diferentes títulos y los nombres de los protagonistas. Solía posar su dedo diminuto en las líneas del índice perfectamente enmarcado con filigranas fantásticas alusivas a los textos, con el fin de encontrar en él, el título más sugerente en letras dibujadas con arte y esmero que recreaban el ambiente misterioso del cuento y  veía como su madre acariciaba las páginas de los libros con delicadeza e insufló en él ese amor cotidiano por lo desconocido que le permitía descubrir otros mundos de ensueño.

Así, descubrió muy pronto por un avatar del destino que la vida se le presentaba como un sueño.

Un mundo mágico albergaba su mente, muchos de esos sueños quiso llevarlos a la práctica y comprobó con tristeza andando el tiempo que eso no era posible. Tomó entonces la firme y resuelta solución de adquirir muchos libros, convencido de que la vida que le esperaba estaba marcada por el desaliento y la amargura.

Asombrados todos cuantos descubrían su extensa biblioteca, comprobó que reaccionaban de muy diversas maneras según sus intereses, unos los tomaban prestados, otros los desglosaban con intencionado lucimiento para sorprenderle, otros lo consideraban una locura, recibía muchas críticas de orden pragmático como si el hecho de acumular libros le alejara de la realidad de una manera quijotesca, pero todos manifestaban de un modo u otro idéntico estupor, y nadie reparaba en un hecho muy simple, él abrigaba la clara  conciencia de que nada en el mundo podría satisfacer su profundo escepticismo ante la vida, pese a las múltiples oportunidades que se le presentaban todos los días.

Realizaba incursiones diarias en librerías de todo tipo allá por donde iba, elegía cuidadosamente títulos y autores guiado por sus gustos y por su intuición, llegó un momento en que eso no le bastaba y buscaba con esmero las ediciones más cuidadas, le gustaban los libros viejos que incluso contenían alguna dedicatoria de otro tiempo, asistía con la viveza de su juventud al encuentro enamorado del papel impreso con sus diferentes aromas y los guardaba y hojeaba con el mismo primor que lo hacía su madre.

 Llegó un momento en que los libros constituían la única de sus posesiones, —pensaba mientras lo hacía  que en un futuro próximo se dedicaría a leerlos y releerlos inmerso en un mundo infinito de sueños como único aliciente en sus días de madurez – para ello tuvo que sortear muchos escollos, más propios de la supervivencia en un mundo material en extremo, que de la claridad de sus deseos, tantos libros acumulados constituían un serio problema de desplazamiento y llegaron días en que se vio obligado a emigrar de un lado a otro cargado con su biblioteca. Como no podía prescindir de de ella y las aglomeraciones de lectores en las bibliotecas públicas, perturbaban su intimidad y no gustaba de disfrutar tampoco de libros prestados, el hecho de andar errante constituía una seria amputación de su personalidad, enfrentándose a un vacío que no estaba en disposición de soportar.

Anduvo errante y desorientado mucho tiempo, probó toda suerte de posibilidades en estrecha relación con la letra impresa, se embarcó en la búsqueda constante de palabras muy antiguas con sus ropajes filológicos y etimológicos que desgranaba con los recursos más modernos, con tal de estar en contacto con las palabras, así, descubrió el mundo electrónico y sorprendido porque en cuestión de pocos segundos tenía todas las bibliotecas del mundo a su alcance como si de un juguete mecánico se tratara, trasladó su biblioteca al pequeño dispositivo y comprobó con tristeza que no podía sentir y acariciar sus páginas y su olor y sus colores, pero al menos contaba con su contenido y se hizo la ilusión de que en adelante caminaría con sus libros a cuestas.

Pasó el tiempo y tras múltiples experiencias en contacto con sus  leales amigos se encontró ya en condiciones de crear sus propios libros. Comprobó entonces en medio de cuantas dificultades se habían pergeñado sus lecturas cuyo valor vio incrementarse cada día más y llegó a la conclusión de que lo mejor que podía hacer era dormir y soñar.

De: Claros y Sombras

Mercedes Vicente González
Foto: Power of extreme lightning

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