IMPOTENCIA
"En la sociedad actual estar en paro es como estar enfermo, síntoma
de alguna oscura falta: impotencia, debilidad, mala suerte, ineficacia. Si no
puedo comprar, no existo."
Cristina Peri Rossi
Por
aquellos días un hombre joven discretamente atractivo frecuentaba los lugares
en donde solían alternar intelectuales y jóvenes de toda condición, hacía poco
tiempo que se había separado y eran aún más fuertes sus pretensiones de sexo y
de compañía que la mera circunstancia de una amistad.
Siempre
tenía prisa y andaba merodeando por los bares en busca de alguna ocasión
propicia que aliviara su sensación de soledad.
Como
se acercaban las vacaciones había proyectado hacer un viaje al sur del país
vecino en la costa, y con buen tiempo por delante.
Era
hombre de convicciones muy firmes pero daba la
impresión de ser un poco atolondrado. Poco tiempo pasó hasta encontrar
la ocasión que buscaba, se trataba de una mujer libre e independiente que
aunque no compartía con él ese apremio fulgurante por el sexo, se avino a
conversar con él y conocerle mejor –en cierto sentido desconfiaba de sus buenas
cualidades como amante– pero no le dio importancia y como deseaba un cambio de
aires se embarcó con él en el viaje proyectado y le pareció una buena idea —el
cambio de aires les sentaría bien a los dos.
Sus
vidas eran diametralmente opuestas. Ella no se había casado nunca porque el
matrimonio le parecía una excusa para tener sexo seguro, una jaula en la que no
deseaba entrar y harta como estaba de frecuentar instituciones sociales de toda
índole, esa le parecía la más hipócrita. Además carecía de recursos, era una
mujer en paro.
Él
por el contrario era amante de todas las convenciones sociales y deseaba una
intensa vida familiar casi de un modo tan natural como inconsciente y se sentía
incómodo en el mundo sin ese marco de seguridad, además su trabajo requería la
presencia de una mujer, pues se encontraba muy bien situado y aunque tenía
descendencia, en esos momentos se encontraba libre de sus obligaciones ya que
sus sólidos lazos familiares lo liberaban de vez en cuando y en esa operación
cinegética en que se hallaba, suponía un alivio, era además un hombre rico.
Decidieron
viajar en un tren de última generación en el que todo funcionaba de manera
automática, y muy cargados con su equipaje.
Pronto
se dio cuenta ella de que el joven buscaba solazarse, y que la relación no
tendría futuro, esa manera de hacer el amor siempre con prisas y aprisionada en
un abrazo potente y quieto que atenazaba sus miembros, ese – ¡no te muevas, haz
el favor de estarte quieta!–, nunca la besaba, y la ausencia de su mirada
durante largos momentos o su mirada fría y vacía la impresionaron de tal manera
que lo único que deseaba era escapar de su aventura. Su indiferencia crecía a
medida que él se iba poniendo más nervioso, se tomó las cosas con calma y
decidió disfrutar del entorno y leer un buen libro, – ¿ya estás leyendo?– le
decía levantando la voz… un buen día él recibió una llamada de teléfono –un asunto familiar le reclamaba según dijo–,
así que recogió sus cosas y la dejó plantada en medio de la naturaleza con la
excusa de que volvería pronto.
Ella decidió también volver al punto de
partida y cuando intentaba dar alcance al primer tren, se encontró en medio de
un laberinto de vías que la desorientaban más y más, ¡cuántas veces se había
visto en una situación semejante! llamando a las puertas del trabajo con
insistencia y vuelta y tras vuelta regresaba siempre a casa con las manos
vacías, las colas eternas de la Oficina Nacional de Empleo, las buenas palabras
en las salas de espera en las que pasaba horas interminables, los empleos
ocasionales que la llenaban de frustración, el despliegue de recursos mentales
en busca de alguna solución, las innumerables carencias de las cosas
indispensables para vivir, luchar contra enfermedades sin medicamentos, el
acoso constante de individuos como éste que la consideraban presa fácil, el
regocijo de sus enemigos, conoció a fondo la envidia, las insidias, la codicia, los
vicios, el abuso y la miseria en todos los ámbitos, llegó al fondo más profundo
de la estupidez, siempre buscando la salida y cada vez con más intensidad.
Las vías se enrevesaban pertinaces y agresivas,
se estrechaban y se ensanchaban en un entramado interminable obstruyéndola el paso y cuando
daba la impresión de que al fin encontraba un camino más ancho se volvían a
estrechar en medio de un laberinto pedregoso y oscuro que la alejaba cada vez
más del punto de partida con un vacío desolador
en perspectiva. De todos los sentimientos que la embargaban ninguno era tan
insistente como la impotencia. Anduvo con dificultad un buen trecho,
completamente desorientada y agotada por el esfuerzo, el tiempo transcurrido le
parecía eterno, hasta que vislumbró a lo
lejos una pequeña estación en el pueblo más cercano, respiró aliviada, al final
la esperaba una estación, tomó el primer tren
y llegó extenuada a su casa, cuando a los pocos días recibió una
llamada, era él otra vez que requería su presencia en una nueva aventura.
Ella,
cansada de tanto forcejeo inútil, desconectó convencida de que todo había sido
un terrible error, solo comparable a las colas de la Oficina Nacional de
Empleo.
Foto:
Impotencia
De:
Claros y Sombras
Mercedes
Vicente González
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