martes, 26 de julio de 2011

EL RELATO PERFECTO












EL RELATO PERFECTO

Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos.
JORGE LUÍS BORGES

Maravilloso se extendía hacia lo más alto, imposible de alcanzar, El Relato. Yo, estiraba los brazos hacia arriba con afán y solo llegaba a ver a lo lejos, un pliego de pergamino amarillento perfectamente estructurado.
Arriba, a la izquierda, se veía un monstruo dibujado con cabeza de león, cuerpo de cabra y cola de dragón y se podía vislumbrar en él, a  la Quimera, que vomitaba fuego por la boca,  iluminando y destruyendo así, la sombra de los días, sujeta, en la esquina superior izquierda, por el Cancerbero, que lo alejaba, cada vez que yo intentaba acercarme al pliego para leer lo que allí estaba escrito.
Después de un gran esfuerzo, la luminosidad del vómito  de la fiera cegó al anciano, que soltó el pergamino  y pude hacerme con él y leer, en caracteres muy claros, escritos en rojo, “La sombra y la Quimera”, ese era el título, un poco más abajo,  perfectamente estructurado y manuscrito, se extendía el relato en todas sus partes canónicas, al menos eso me pareció a simple vista.
Tuve entonces, acceso al pliego de pergamino de aspecto espléndido y continué leyendo entre sueños…
Era el tiempo del calor asfixiante en el  mes de agosto, en el cual la ciudad inundada por el sol, apenas deja lugar  a una sombra en donde guarecerse de los rigores del verano…
De este modo  comenzaba…
Yo, deambulaba por el medio de la ciudad a esa hora desierta de la siesta, en la que las ánimas de los muertos caminan inacansables en busca de sus seres más queridos, unas, y otras, perdidas y  sin cobijo, reclaman la venganza de su asesino.
Continuaba leyendo todo el proceso del relato y un devenir incansable a través de todos los lugares conocidos, se hacía cada vez más intenso y agotador, en busca de una sombra que me diera cobijo, finalmente la encontré y me acomodé en un banco, que había sido testigo antaño de numerosos encuentros  acogedores y candorosos.
Me senté orgullosa con mi pliego de pergamino amarillento, en busca del final inminente del relato, que nunca llegaba, atrapado, en un laberinto de conceptos y aconteceres imaginarios, que sugerían una espera impaciente. El calor y la luz del sol nos habían impactado tanto a ambos, que yo me encontraba sofocada y ansiosa y reclamaba el frescor de la sombra, pero el pergamino iba iluminándose cada vez más, hasta incendiarse y delante de mis ojos asombrados, comenzó a arder, desvaneciéndose sus colores, el título, el monstruo dibujado, la introducción, el desarrollo… y… ¿el desenlace?...
Consternada comprendí que solo un desenlace era posible: el de la muerte. Acudí entonces a mi casa, me dispuse a escribir  mi sueño en el teclado y cuando desperté… contemplé preocupada, que   un puñado de cenizas surcaba mi almohada.

domingo, 17 de julio de 2011

LA MÁSCARA ENAMORADA













LA MÁSCARA ENAMORADA
No hay arte sino sueño.
Julio Cortázar

Una tarde calurosa de verano, recibió una visita inesperada de un buen amigo suyo, a la hora de la siesta.
Él le dijo: quiero llevarte a un lugar, para que conozcas, a un amigo artista que puede interesarte, no vive en la ciudad, pero podemos acercarnos en mi coche, no está muy lejos. Muy gustosa aceptó la proposición, confiando en el buen hacer de su amigo.
Llegaron a un pueblo desértico y aparcaron el coche, para conducirse a través de un campo yermo, hacia la casa del personaje amigo.Después de mucho caminar por el campo y con mucho calor llegaron a una casa de dos plantas,  que vista desde lejos, no parecía tan grande en extensión, hacia lo ancho.
Llamaron con la ayuda de una aldaba y después de un rato se abrió de par en par el portón de hierro y apareció el amigo, que los recibió con júbilo y agradecimiento.
Lo primero con que se encontraron, fue, un enorme patio cubierto de imágenes esculpidas en hierro y teñidas en negro, de tamaño natural, que representaban a diferentes personajes, habitantes del pueblo. 
El anfitrión los iba conduciendo, abriéndose paso entre ellas, hasta llegar a una escalera que desembocaba en el piso de arriba, donde los esperaban con diferentes actitudes, muchas imágenes tambien esculpidas en hierro. Llegados a este punto ella empezó a abrir los ojos más y más a medida que reconocía por el camino a todos los amigos de antaño, muchos de ellos ya desaparecidos.
 Muchas de esas imágenes estaban cubiertas con paños blancos para preservarlas del polvo, pero otras, las de factura más reciente, estaban al descubierto así, reconoció a un vagabundo al que le faltaba un brazo, con su viejo sombrero de ala ondulada cayéndole sobre los ojos, y su chaqueta raída, reconoció también al viajero incansable, cargado con su maleta perfectamente confeccionada en hierro y con la expresión de la melancolía en el rostro. Una nave formada por dos grandes bloques de  granito flotaba a la deriva en medio de la estancia, con vistas a ser colocada sobre una fuente de agua abundante, en la ciudad, y muy apartado, en un rincón, reconoció también, una mesita redonda, con un flexo, un atril en el centro y  un libro abierto, frente al cual estaba sentado leyendo, con un cigarro apoyado en la comisura de los labios, un hombre corpulento y complacido.
El anfitrión, que era el autor de todas estas obras los fue llevando hacia el interior y les invitó a tomar un té, con el fin de descansar y charlar un rato con ellos, se disculpó por el desorden y su cocina rudimentaria, e hizo que se  sentaran en torno a una mesa camilla rodeada de butacas con viejos cojines.
Frente a ella, había, colgada en la pared una máscara blanca y redonda, con los ojos muy grandes,  que impresionaban por causa de  su vacío y una lágrima negra dibujada sobre la mejilla, tenía la boca pequeña y enrojecida, y una nariz diminuta y respingona, justo al lado, había, apoyado sobre una una gran capa de hierro negra posada en el suelo, un casco enorme con un penacho de plumas rojas, extraordinariamente llamativo.
A ella siempre la habían impresionado las máscaras y en carnaval solía rehuirlas, incluso, evitaba salir de  casa, para no encontrarlas,  y ahora la tenía ahí, delante, mirándola fijamente.
El escultor llegó y se sentó debajo de la máscara, de modo que la imagen quedaba perfectamente asociada a él. Charlaron de muchas cosas referentes a la confección de sus esculturas y de los trámites a seguir, para exponerlas por las calles de la ciudad en un futuro próximo, ella callada y sobrecogida por la presencia de la máscara, observaba la escena con atención, aún así, preguntó al autor, si los personajes representados eran conocidos suyos: “unos sí”, y “otros...  son creación mía”, respondió amablemente.
De regreso, ella no hizo ningún comentario, impresionada como estaba a causa de lo que había visto, su amigo la dejó en su casa y se marchó
Después de muchos días, salió a dar un paseo por la ciudad y empezaron a aparecer en su camino, las esculturas de su amigo esparcidas por todos los rincones, algunas no las conocía, pero se veía la misma mano en ellas, todas habían sido forjadas en hierro macizo, se acercaba a ellas y efectivamente, estaban todas firmadas, estaba el vagabundo, estaba el hombre melancólico de la maleta, estaba, dentro de  una gran fuente, en una plaza, la nave del naufragio, causando el efecto esperado, se encontraba así, con algunos de sus amigos desperdigados aquí y allá.
Cuando volvía ya, a su casa, al doblar una esquina, se topó asustada, con una última imagen, era la máscara blanca con el enorme casco del penacho rojo y la pesada capa de hierro negra. En cuestión de segundos, la imagen se despojó a sí misma de la capa y extendió hacia su amiga un ramo de rosas rojas: “teníamos que encontrarnos” le dijo, se quitó la máscara, y descubrió su verdadero rostro, que no era otro que el del escultor amigo: “quiero que me acompañes” dijo algo nervioso, "para que veas esculpido, un sueño que he tenido recientemente".
Así lo hicieron, llegaron otra vez a su casa  y en el rincón, estaba todavía más aislada, la mesa camilla con el atril, el hombre corpulento y una figura femenina sentada con las manos cruzadas encima de la mesa, que tenía una máscara sobre el rostro, idéntica a la que ahora llevaba en sus manos el escultor,  con la misma lágrima negra dibujada en la mejilla.
 Él la miraba con insistencia, ella no pudo contener una lágrima de emoción y de alegría, al verse a sí misma en la sala, habitáculo de todos sus amigos de antaño y del hombre de la mesa. Él escultor, buen conocedor de los efectos más primigenios, que el arte ocasiona en un alma sensible, insistía con su mirada, emocionado él también. Con mucha ternura, la cogió de la mano, y juntos se acercaron a la imagen del sueño y contemplaron maravillados, cómo la lágrima negra de la máscara se había emborronado y en su lugar, relucía una lágrima  líquida y transparente. 

jueves, 14 de julio de 2011

EL PASAJE EMBRUJADO












EL PASAJE EMBRUJADO

Algunas ciudades se abren ante nosotros como un mar intrincado de calles estrechas que tienen la apariencia de no llevarnos a ninguna parte y que vamos descubriendo a nuestro paso cuando vagamos decididos, sin rumbo por ellas y cuando nos dirigimos a algún lugar concreto, preguntamos a algún transeúnte  y sin ningún temor, nos acercamos  a esa dirección determinada, en la que se encuentra nuestro destino.
Joven aún, llegó cargado con su maleta el atardecer de un día laborable a una ciudad muy antigua de color dorado brillante iluminada por  el sol poniente. Callejeó un rato mientras encontraba su destino y entró en un pasaje lleno de vida, con el suelo empedrado  y magníficamente decorado, al que se accedía a través de una gran puerta de hierro abierta de par en par con un enorme candado colgando en una de sus hojas, y una escalera en la entrada con barandillas de madera.
 Grandes arcos se abrían a su paso y figuras diferentes entre sí colgaban del techo acompañando a un reloj encajado en una arcada, había también otras posadas  a ambos lados,  adosadas a las paredes formando filigranas, un ángel en medio sobre una peana posada en el suelo,  tocaba una trompeta, y en el centro de los arcos  celosías cubiertas con cristales de colores dejaban pasar la luz proyectando haces fantásticos sobre el piso cuajado de piedras  y sobre las paredes. A su paso, según caminaba, a uno y otro lado había grandes escaparates que albergaban galerías de arte, librerías de viejo, tiendas musicales, tiendas de antigüedades y cafés, situados cuidadosamente debajo de pequeños balconcillos de madera muy trabajada  que correspondían a diferentes viviendas también habitadas.
 Se topó con vagabundos, vestidos con harapos, con ancianos que caminaban con dificultad apoyados en sus bastones, mendigos, saltimbanquis y personajes de la farándula, intelectuales que leían sentados en las terrazas y discutían acaloradamente, bailarines y músicos tocando el violín, gimnastas, pintores con sus caballetes haciendo retratos, delineantes que esbozaban los trazos del lugar,  toda la bohemia de la ciudad parecía haberse dado cita allí para recibirlo. Encantado con el lugar, se asomó a una librería de viejo en donde encontró a un hombre encorvado con los rizos pelirrojos que le caían sobre sus gafas, muy corpulento, que estaba sentado de manera muy descuidada y miraba con desdén su mercancía, como si el paso de los  años hubiera impregnado en él solamente, el polvo de sus libros.
 Salió del lugar con rapidez y continuó su camino, se topaba también con gente de paso, que como él, cruzaba el pasaje, con el  aspecto marcado por la rutina , al final se abría una plaza rodeada de las galerías blancas de sus viviendas, tiendas, librerías, y un aserradero en el cual se construían pequeños muebles de uso común y de olor penetrante a madera y clavos,  en la que unos niños jugaban a la pelota con gran griterío, mientras  unos pocos ancianos los miraban sonrientes desde sus bancos. Continuó, cansado como estaba y se vio obligado a entrar en una calle larga de apariencia infinita, muy estrecha y también empedrada, retrocedió abrumado por el cansancio y se sentó en la plaza, en donde habló amigablemente con unos jóvenes que le dieron toda clase de explicaciones sobre el acceso a su lugar de destino, es más, le indicaron que también ellos estarían allí  más tarde, en un viejo café.
 Centrado en su trayecto, se encontró  de nuevo en otro pasaje muy semejante al anterior pero este era transversal y también culminaba en una plaza, en la que había tenderetes con objetos antiguos a la venta y unos farolillos encendidos sobre ellos indicaban que la noche estaba cerca, desfallecido continuó caminando sin prestar ya mucha atención a lo que veía, impaciente por llegar a su destino ,  y así uno tras otro caminaba recorriendo pasaje tras pasaje que iban apareciendo, en un itinerario sin fin y zigzagueante, los perros cabizbajos  le salían también al paso, se dio cuenta de que el trayecto nunca acababa, perdió el sentido de la orientación y comenzó a sentir frío, la noche se le venía encima y aún no había llegado al ansiado lugar que buscaba, el encanto se iba desvaneciendo a medida que el agotamiento hacía mella en él, se sentó en un recodo y angustiado se quedó dormido encima de su maleta.      
  Cuando despertó,  era ya un anciano que apenas veía y con mucho esfuerzo se incorporó en su cama,  para beber un vaso de agua.

lunes, 11 de julio de 2011

CRISTAL DE BOHEMIA













CRISTAL DE BOHEMIA
Titilaban las lágrimas colgantes desde lo alto y llenaban de luz el ámbito tenebroso, en medio del cual, estaba colocada la lámpara. Luces cristalinas, irisadas, dentro de  un haz redondo y enorme poblado de pequeños racimos arbóreos, la acompañaban, por su tamaño no guardaba proporción con la altura del techo, y con la vibración del ambiente, se escuchaba el suave tintineo de los cristales rozando unos contra otros.
Todas las tardes subía cuatro pisos muy altos hasta alcanzar su morada, moteada por el polvo sobre  libros tirados por el suelo, en torno a una mesita camilla muy pequeña y desvencijada, colocada justo al lado de una estufa de leña que era la única calefacción, para resguardarse de los fríos inviernos que pasaba allí, el hombre, de oficio anticuario, que guardaba celosamente, sus antigüedades en un antro interior, también asfixiado por el polvo.
 No había en la casa ni rastro de un alma femenina, él mismo se cocinaba en las noches de invierno una humilde sopa de verduras con un hueso en la olla para darle gusto, y después de cenar, algunas veces se preparaba sobre la estufa un bebedizo, a base de ron caliente.
Las palomas ronroneaban constantemente sobre el tejado, sobre su propio estiercol acumulado  y endurecido, malhumorando al hombre de carácter ya de por sí atrabiliario, cada vez que intentaba abrir la claraboya con el fin de disipar el humo que provocaba la estufa de leña, mientras, cortaba la leña con el hacha  sobre un tronco robusto y pequeño.
Todo en el ambiente era antiguo y teñido con cierto aire de austeridad, él mismo poseía unos ojos diminutos, nariz aguileña y una larga barba que contrastaba con su calvicie.
Aquella tarde había encontrado una hermosa lámpara de origen desconocido cuajada de cristales de bohemia, que, embargado por la ansiedad y la codicia, le resultaba difícil tasar.  Después de cumplir con sus costumbres, se sentó frente a la hermosa lámpara, colocada sobre la mesa y comenzó a abrillantar aún más los cristales.
 Al cabo de un rato, empezó a surgir de los critales, un desfile de imágenes que inundaban su humilde casa y se iban acomodando sobre las paredes, sobre la cama,  sobre los libros, en un momento, se pobló de seres extraños su casa, unos con trazas, de artistas,  le acercaban un cuadro, otros, sabios, un libro maravilloso, otros, músicos tocando diferentes instrumentos, le deleitaban con su música, en el fondo de la estancia, se veía a otro esculpiendo una bella imagen, se veían también hombres y mujeres que trabajaban laboriosamente en un prado verde  e iluminado, se escuchaban voces que cantaban extraños himnos… de pronto, surgió una figura femenina, diminuta y frágil vestida de blanco, que él reconoció enseguida, porque durante muchos años la había amado en secreto. Con mucha dulzura, salíó del brillante cristal que la contenía, desvaneciéndose al mismo tiempo todas las imágenes que lo acompañaban, todavía el resplandor de los cristales ya vacíos lo cegó un instante, se  acercó a él  y le dijo: yo soy la dueña de esta lámpara  que he recibido en herencia, hace ya mucho tiempo, la daba por perdida y  tiene un valor incalculable.
 Él, completamente obnubilado y sin dar crédito a lo que veía, con un brillo insoportable en los ojos, palpaba las paredes en busca de las imágenes, buscaba con insistencia sobre los libros, se tendió  sobre la cama dando vueltas, se palpaba los oídos  porque quería escuchar la música y las voces que cantaban, nada de eso se encontraba ya en su casa, la lámpara apagada, perdió su lustre, ella desapareció en la sombra, solo, con una mano en la cabeza y con lágrimas en los ojos, completamente enloquecido y extenuado, se sentó apesadumbrado en su sillón.  

sábado, 9 de julio de 2011

NO HAY MÁS CERA QUE LA QUE ALUMBRA








NO HAY MÁS CERA QUE LA QUE ALUMBRA

Aquella noche durmió mal, tuvo una pesadilla que sembró la confusión en el tiempo.
La ciudad estaba dormida, a pleno sol, las calles eran pateadas insistentemente por gente apresurada que golpeaba con fuerza el asfalto, las tiendas estaban cerradas, las librerías se habían declarado en quiebra, las salas de cine y las bibliotecas habían sido clausuradas, la asociación de conciertos había desaparecido, las tertulias de los cafés ya no existían a causa de las prisas, las aulas de los diferentes centros de enseñanza se poblaban de chicos absortos que, con una actitud pasiva, no entendían nada, los más pequeños eran clasificados en las escuelas, con un criterio  que los proyectaba hacia la incapacidad. Las casas de reposo de los ancianos eran brillantes barracones donde hacinados, recibían mal trato a diario con un alto coste , los centros de salud mental estaban repletos de locos abandonados a su suerte, atiborrados de medicación, los hospitales soportaban cada vez más, grandes colas de enfermos que en su mayor parte morían de cáncer, grandes epidemias infectaban calles y plazas, las diferentes instituciones sociales no daban abasto, la comida estaba envenenada, el aire era irrespirable, la población se aglomeraba en la ciudad y los pueblos, desiertos, albergaban solamente unos pocos ancianos.
 Los barrios se vestían con las galas de la riqueza, la opulencia de los mejor parados cegaba con su brillo a los más pobres,  que poco a poco iban perdiéndolo todo, las casas permanecían vacías y sus antiguos habitantes vivían en la calle. Las nuevas gentes que entraban en la ciudad, procedentes de otras tierras, se ocupaban de los trabajos más miserables y eran los nuevos marginados, los periódicos se ocupaban de las noticias de  paises lejanos y las noticias locales solo eran anécdotas intranscendentes, un torrente de información televisiva aturdía y confundía sin cesar con gran alboroto.
La violencia y la amenaza, afloraban por doquier, la nueva educación consistía en la perdurabilidad de la ignorancia, la gente desatada, daba rienda suelta a sus pasiones. Completamente desorientados, daban contínuamente palos de ciego. Ciegos  y presurosos se abalanzaban voraces sobre cualquier oferta de futuro, así,  inconscientes y espeluznados, flotaban en medio de un mar de dudas, sobre una nave que nunca tocaba puerto, la nave del olvido, extenuados , extendían sus brazos hacia el cielo y esperaban la muerte.
A punto de  despertar, se encontró frente a una ventanilla al final de una larga cola, con un cartel que decía: No hay más cera que la que alumbra.

jueves, 7 de julio de 2011

PACTAR CON EL DIABLO

PACTAR CON EL DIABLO

Pobres lo que se dice pobres son los que son muchos y siempre están solos.
 Eduardo Galeano

Se sentó un día cualquiera, al borde de su cama y empezó a conversar con ella en unos términos muy convincentes que dejaban ver sus aviesas intenciones.
Que si el mundo es así y nada lo va a cambiar, que si es “el eterno retorno de lo mismo”... "la nada absoluta que nos arroja impenitentes al vacío"... "el tedio"... "las doctrinas superadas"... y el “hay que hacer”… “hay que superarse”… “hay que”… como consignas, repetidas hasta la saciedad, con afán de negociar…
Recordó entonces, su niñez abandonada a su suerte.
La chabolas estaban alejadas del centro de la ciudad y olían mal, a una mezcla de sudor y humedad en el ambiente que las hacía insoportables. Sus habitantes no hacían nada, sentados en la orilla del río refrescaban sus pies sucios con mugre acumulada de muchos días de andar descalzos, los niños lloraban cuando sus madres les daban el pecho, ya crecidos y hambrientos, los hombres con la delgadez de la desnutrición, acumulaban cartones y chatarra que luego vendían como podían. Pucheros llenos de agua hervían, sobre fuegos improvisados, con gachas en su interior para la comida.
 Él, que se sentó sobre el borde de su cama, para negociar, no lo sabía, pero allí, en esas chabolas, pasaba ella largas horas cuando una organización parroquiana  proporcionaba comida y ropa usada para llevarlo, no existía entonces otro medio.
Los hombres entraban en el hall de su casa, con las botas caladas hasta las rodillas y retumbaba la madera del suelo y crujía, con sus pisadas firmes. Empapados de agua llegaban y dejaban grandes cantidades de dinero sobre el mostrador que habían recaudado  para la empresa, excitados hablaban en voz muy alta y siempre tenían prisa, eran unos cuantos, y ella niña aún, los espiaba, detrás de una cortina, hasta que se marchaban, dejando atrás el ambiente gris de la desolación. Con esa impresión que se repetía todas las semanas, a primeros de mes, se iba a la cama, en donde entonces, nadie se sentaba sobre el borde para negociar y se sentía tan olvidada como los pobres de las chabolas que visitaba
Con un nudo en la garganta y triste, contempla la misma desolación de aquellos días lejanos, que impregna su piel, en el presente, con el hedor  del hastío que produce tanto pacto, y la pobreza extrema en la que se encuentra, harta de negociar con la muerte.

martes, 5 de julio de 2011

LA BARCA DE CARONTE













LA BARCA DE CARONTE


Se notaba agitación por la ciudad, la gente andaba acelerando el paso, los coches pitaban, el tumulto era cada vez más grande, los niños lloraban con griterío y sus madres parecían agobiadas, esto sucedió durante largo tiempo de contínua agitación por comercios y plazas.
 Confundidos entre la multitud, paseaban ellos, como en un cortejo, “los amantes”, emparejados, agarrados de la mano y mirando de un lado al otro con la esperanza de ser vistos y ser notados, con cierto afán de supervivencia escrito en su mirada.
En una céntrica calle, que  curiosamente llevaba el nombre del Cielo,  cada día que pasaba, se escuchaba el rumor de que alguien había muerto y se dejaba sentir en el ambiente cierta desazón, una vez hecho el comentario, la gente lo silenciaba rápidamente. Recorrer esa calle todos los días, imponía cierto respeto, pero el amor residía en ella y cohabitaba con la muerte.
Pasaron dos años y el ambiente continuaba enrarecido, preocupada acudía asiduamente a visitar a unos amigos que vivían en esa calle, tenía que atravesarla  diariamente en mi trayecto y sin ningún temor me tomaba un refrigerio en ella, de vez en cuando.
“Los amantes mencionados” que eran unas diez parejas conocidas, a excepción de una que vivía por allí, jamás la atravesaban y solían evitarla.
Cada día en esa calle ocurría una desgracia… uno  de esos años, murió uno de mis amigos y todos los que asistieron al evento, se congregaron en un bar de la calle para tomar unas cervezas, en cuestión de segundos, desaparecieron todos con cualquier pretexto, y al año siguiente, el otro que falleció fue uno de “los amantes” que también vivía allí y así, sucesivamente y en poco tiempo,  fueron muriendo numerosos vecinos de diferentes edades, algunos, incluso, muy jóvenes,
Estaba claro,  Caronte tenía trabajo, me acerqué a visitarlo, anciano y flaco, y con los ojos desorbitados,  esbozó una sonrisa de regocijo, él, era uno de “los amantes supervivientes” y contaba con avaricia, dentro de una bolsa, las monedas que le habían entregado todos los fallecidos de la calle  del Paraiso.

sábado, 2 de julio de 2011

LA PRUEBA

LA PRUEBA

Los recuerdos  viven en nuestra memoria a veces, con la forma de las impresiones que nos dejan, por eso es tan importante rescatarlos del olvido.

Todavía siento el calor de tus manos y de tus palabras, en las contadas veces en las  que nos encontramos, todavía conservo tu recuerdo en la memoria como si aún te tuviera presente, los seres como tú no se olvidan, capaz de traspasar las paredes del corazón de tantos y tantos seres atormentados que acudían a ti para sentirse hermanados contigo en su desgracia, todavía te veo surgir amable  por el fondo de la sala con una humilde hoja de papel en las manos.
 Y aún, conservo en mi memoria el recuerdo de tu alegría, que también era la mía, aquella mañana fresca del final del verano, cargada de folios que encuadernar. La alegría se encendió en tu rostro acompañada de un leve movimiento de las manos, cuando te expliqué adonde me dirigía, como si lo que llevaba en mis manos se tratara de la culminación de un trabajo conjunto, tal era tu capacidad de empatía, en realidad, tú, nada tenías que ver con el asunto.
 Entonces, con ilusión y haciéndome eco de esa alegría intensa, te dije: cuando acabe, te llevo un ejemplar… sentí latir más fuerte mi corazón, consciente de que mi esfuerzo se veía recompensado, eras más que un amigo.
Esa misma situación se repitió después con otras personas y en ninguna de ellas encontré la reacción que buscaba, en ninguna… ninguna… … ninguna persona conocida  fue capaz de mostrar la más mínima alegría y el evento era importante en esos momentos difíciles, ninguna…
Terminé la tarea y se lo llevé para entregárselo, muy agradecido se levantó de su asiento, me tendió la mano como siempre, y me dijo: ¡qué maravilla¡ sigue así…
Ya ha pasado mucho tiempo desde que  esta historia tuvo lugar, y continúo tecleando en mi ordenador con la esperanza de volver a encontrarte, cuando me dirija hacia la imprenta, otra mañana del final del verano, con los folios en las manos  para encuadernarlos, y te lleve un ejemplar tan bello como el que tú me has dado….

viernes, 1 de julio de 2011

DUELO DE TITANES

DUELO DE TITANES

Science sans conscience n´est qu´une ruine de l´âme

En un mundo en el que la cultura brilla por su ausencia, cualquier entusiasta aparece ante  los ojos de los demás como un genio.
Nunca olvidaré aquel encuentro, eran dos, las personas que a lo  largo de los años me habían informado con profusión, de infinitas teorías sobre la existencia y sobre la redención y la acción política, sazonado todo con un entusiasmo poco común por la cultura, que abarcaba  todos sus aspectos, en especial la música y la literatura, que ellos acompañaban siempre de gran erudición y frases resonantes.
Cada uno de ellos por separado, presentaba muchas cosas en común, los dos tenían gran audiencia entre otros seres no menos entusiastas que en su presencia asentían contínuamente. Lo que en condiciones normales podría ser creativo y divertido se convertía en ellos, en algo cada vez más farragoso, a medida que la audiencia aumentaba.
 Llamaba la atención su amor por la belleza de la que carecían por completo y se volvían diletantes en sus observaciones y comentarios frecuentes sobre ella. Eran además el centro de atención, allá por donde pisaban y sus discursos enseguida se volvían monólogos, como oradores impenitentes, con inflexiones de voz muy frecuentes y  gestos muy estudiados que centraban la atención del oyente, cada vez más  y más…
Eran también dos seres muy conflictivos y violentos, los dos eran muy vehementes, la única diferencia era, que el uno se entusiasmaba con la filosofía y el otro con las matemáticas y los dos deseaban una revolución política que adornaban hábilmente con datos y más datos de la Historia, entendida ,como es natural, a su manera. La demagogia y la retórica eran sus armas más usuales.
Un día coincidieron ambos en la casa de uno de ellos, y tuvo lugar "un duelo de titanes", haciendo gala de una cultura basada en la mención de muchos  y amontonados nombres  y tan superficial que inducía a risa.
Y…  en medio de un uso de la retórica abusivo... el uno dijo al otro, contemplando su reflejo: ¡Aaaah¡ ¡mira, uno, que sabe tanto como yo¡ exclamó sorprendido... Confudido el otro, y muy incómodo, con la feliz coincidencia, salió de la habitación avergonzado, con una mueca de desagrado….