martes, 29 de enero de 2013










SIN SALIDA




Regresan al atardecer cargados con los aparejos de pesca y alguna que otra criatura marina. Cansados y con el rostro entumecido por el salitre y los vientos de alta mar, charlan un rato en el muelle mientras recogen y cuenta cada uno  su historia, después acuden presurosos a tomarse unos vinos oscuros y espesos y echan pestes  contra el tiempo y los temporales que suelen avecinarse en esta época del año. Han invertido muchas horas de trabajo y de sueño para conseguir su más preciada posesión “su barco”. Suelen ser los barcos que atracan en el muelle de muy variado atuendo y tamaño cuidados con esmero, los que aún no tienen esa suerte, se embarcan con su equipo en el barco de un amigo con el fin de faenar en compañía y repartirse los beneficios.
Uno de ellos se encuentra marcado por la furia del mar, en un día de temporal, quiso la mala suerte que un golpe de mar lo dejara torcido de por vida, a partir de entonces el terror invade sus miembros y camina cada vez más inclinado, le llaman así, “El torcido”, siempre está malhumorado con un deje de amargura, pocos son los días en que puede faenar. Los inviernos en la costa se sienten con el ritmo del mar que cambia de rumbo y de color según el peso de la atmósfera y la luz que recibe, el viento hace que sean especialmente aterradores.
El Torcido, se considera a sí mismo un lobo de mar, un héroe, sus lubinas siempre son las mejores, sus calamares los más sabrosos pero siempre echa exabruptos por la boca, al contrario que sus compañeros, él no acude a la Lonja para vender la mercancía, prefiere hacerlo en el pueblo, después de todo rara vez encuentra la ocasión de vender. Su mujer no es menos cruel que la mar, le golpea con frecuencia  y las trifulcas son constantes entre ellos, le insulta cada vez que no trae pescado a casa y además se ve obligada a reparar las redes que él, torcido como está, no atina con ellas en la faena, se le enganchan en los palos del barco  y se  rompen. El hombre habla poco con sus compañeros del muelle, cuando le preguntan: ¿Qué torcido, no has salido hoy a la mar?
—¡Cago en Dios¡, ¡Cago en Dios¡, no me preguntes más, yo ya  aprendí la lección y en días como éste no salgo, contesta siempre, él.
Siente ensimismado sin embargo el contacto de sus compañeros alegres y fuertes que se han enfrentado a los peligros que a él le señalan con el dedo, y no se separa de ellos, les espera en el muelle, va con ellos al bar a beber vino y bebe mucho, mucho, no para de beber, su semblante enrojecido no tiene nada que ver con el de sus amigos tostados por el sol, entre las risas y el griterío suele ocultar su terror.
Caminaba por el pueblo rodeado del agua tumultuosa, de espaldas a ella, y sentía el peso de la crueldad sobre sus espaldas y un día se le vio con un vendaje en la cara ¿Qué te ha ocurrido Torcido?— nada importante, decía él, un golpe de mar…