martes, 9 de agosto de 2011

EL VIEJO ANARQUISTA









EL VIEJO ANARQUISTA

¿Tornan de nuevo las grullas a ti, las naves el rumbo
tuercen, van de tus playas en pos? ¿Serenas y ansiadas
brisas llegan al plácido mar, y al sol asomando
del abismo el delfín, luz nueva inunda su dorso?
¿Jonia brilla? ¿Tiempo es ya? ……

Friedrich Hölderlin

Su pasado era oscuro, así lo consideraban los habitantes de su nuevo entorno, que lo habían sacado de la miseria después de largos años de posguerra.
Había participado activamente en la guerra  y un hermano suyo del bando contrario tuvo que encerrarlo en un colchón escondido, para que no lo mataran sus enemigos, y así pasó el tiempo que duró la contienda.
Su hermano le consideraba un desastre, porque había prendido fuego  a un kiosko en una refriega y lo habían detenido muchas veces por participar en asambleas y motines.
El hombre de aspecto cetrino y menudo, asentía siempre con paciencia ante los razonamientos del hermano que le consideraba un inútil, y adoptó su condición de maldito sin rechistar, lejos quedaban sus trabajos penosos de picapedrero, de obrero sin cualificar, de cerillero, y un sinfín de oficios, que a duras penas le daban de comer a él y a su mujer.
Ahora, libre de su colchón protector, la vida le brindaba los honores de la victoria y le daba de comer a cambio también de un trabajo,  no mucho más digno que los anteriores: obedecía órdenes en una empresa  que lo tenía de recadero, de vigilante, de visitador y cobrador, de cualquier utilidad sin importancia que resultaba tediosa e indigna dentro de la jerarquía. Era considerado por la gente, un pobre hombre inofensivo que había sido víctima de malas influencias extranjeras.
Solía refugiarse en la cocina de la casa que le dio cobijo donde se explayaba entre los demás empleados y exponía sus sueños de futuro, recitaba poemas de Hölderlin y piezas de teatro clásico, era un hombre cultivado,  y entonaba también  canciones tradicionales  de guerras pasadas.
Todos le aplaudían con júbilo en la cocina, en donde se producía  un gran alboroto siempre que él llegaba, porque todos allí permanecían expectantes.
Tenía costumbres peculiares, desayunaba una copa de vino que empapaba con galletas, solía comer el pescado crudo y siempre iba muy abrigado en tiempo de frío , con ropajes muy antiguos y raros.
Y siempre, después de cenar, recitaba sus sueños en voz muy alta y conmovedora:
Habrá un tiempo en que todo será más fácil, decía,  en el que no existirán los gobiernos que ahora nos agobian ni la injusticia, y todos laboriosos e instruidos nos procuraremos el sustento sin moneda de cambio, un tiempo llegará también en el que todos votemos a mano alzada como hacían los griegos y seremos multitudes, no existirán las diferencias de género y de color, no existirá la familia como entidad social seremos todos una gran familia, haremos el amor libres de toda atadura y contrato o registro, la educación no será más, un comercio orientado hacia la estupidez, todos seremos educados y nunca usurparemos el saber estar de los animales, no habrá derechos y deberes porque  nadie tendrá que legislarlos, no habrá hambre y miseria, no habrá violencia y envidia, nadie nos informará sobre guerras en paises lejanos porque no existirán las guerras… todos le escuchaban boquiabiertos, sumidos, dentro de esos sueños de esperanza.
Y así esperanzados se iban a dormir.
El resto del tiempo libre del que gozaba hasta que le llegaba una nueva orden, que obedecía siempre diligentemente, permanecía sentado en un taburete, en un rincón de la cocina, taciturno, delante de un vaso de vino, mientras le llegaba una nueva inspiración para invitar a soñar a sus compañeros,  como hacía todas las noches.
Vivió muchos años y  ahora todos lo recuerdan como un hombre bueno que no hacía mal a nadie, tan  solo invitaba a soñar…

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