domingo, 8 de enero de 2017

NOCHE ESTRELLADA




NOCHE ESTRELLADA


Il faut voyager  loin en aimant sa maison.

APOLLINAIRE, Les mamelles deTirésias.

Una noche clara, tibia, iluminada por cientos de luces lejanas  titilantes  en el cielo oscuro y extenso sobre el  ancho mar, caminaba sin rumbo con mi perrita y de repente el largo paseo en perspectiva se estrechaba cada vez más, tal vez caminaba demasiado lenta, tal vez me sobrecogiera un encuentro fortuito, tal vez el tiempo se detuvo en ese instante en que alguien pronunció mi nombre desde la oscuridad.
La silueta era enorme, la silueta de un hombre sin duda, con un cigarrillo apoyado en la comisura de sus labios y portaba además un perro de grandes dimensiones de su mano derecha.
Los perros son amigos de saludarse y conocerse entre ellos, se olisquearon un rato y continuaron el camino a nuestro paso.
El hombre miraba al cielo mientras hablaba y con el ceño ligeramente fruncido a causa del cigarrillo pendiente de su boca a punto de caerse. Creo que nos conocíamos desde  tiempos remotos no puedo decirlo con certeza, una nube de sueños velaba mi entendimiento, pues viajaba en esos momentos a lo largo de páginas leídas con un placer de esos que perduran y se asocian a otros en el presente y forman entre sí una sociedad extraña en revoltijo. Ignoro por qué pero el hombre me vino como asociado a una de esas noches parisinas en las que la lluvia salpica pertinaz el empedrado de sus calles y es preciso guarecerse en una café al azar y tomar un vino caliente o quizás algo más fuerte que ahuyente la humedad.
Tras comentarios repetidos e insistentes a cerca de la noche esplendorosa que acompañaba nuestros pasos él hombre sugirió sentarnos en un banco para mostrarme un enmarañado lio de papeles que con destreza desplegó sobre sus largas piernas. A la luz artificial de una farola en los pliegos se dibujaban infinidad de circuitos con puntos bien significados y flechas que indicaban nada menos que el ir y venir de los astros. Él conocía todos sus nombres y movimientos, y de vez en cuando alzaba la vista al firmamento y señalaba con el dedo tal o cual situación de una constelación, de una estrella.
Sentí el calor y el efecto del vino caliente en mi estómago y seguí las indicaciones de mi mentor  sin vacilar y entusiasmada. Las calles empedradas y empapadas de lluvia se confundieron con los adoquines secos de un paseo improvisado a la orilla del mar iluminado con fuerza por centenares de estrellas. Los perros, símbolos siempre del momento presente alzaron sus pesados cuerpos sobre sus patas y nos indicaron su ansia de trayecto.
Una nebulosa extraña velaba mis ojos, tal vez el brillo que dibujaba extrañas perspectivas, perdida como siempre, palpé con mis propias manos el vacío del aire que me circundaba, solo las páginas de un libro me revelaron el enigma de esta noche mágica, el hombre corpulento, las calles empedradas húmedas de lluvia, la noche poblada de estrellas, idéntico universo de noches sucesivas se confundieron en qué y por qué.
Ya más relajada alcé mi obnubilada vista  hacia el cielo y constaté que la presencia de las estrellas era tan real  y tan etérea como la presencia de un sueño.

FOTO: La noche estrellada sobre el río Ródano

Vincent van Gogh