viernes, 21 de noviembre de 2014

EL INCONSCIENTE



EL INCONSCIENTE


La voz de la conciencia siempre resonaba en sus oídos con ese matiz juicioso que siempre da la consciencia a los hombres de bien. Suele ser motivo de risa y de chanzas contemplar cómo un ser que carece de tan excelsa virtud, se bambolea, y da palos de ciego en una realidad tan bien conformada en su devenir cotidiano.

–¡Eres un inconsciente! Le repetían sin cesar y sin paliativos sus familiares y amigos. —Nunca llegarás muy lejos. Sin embargo, se esforzaba cada minuto de su existencia, ejercitaba su atención, lograba cotas de concentración muy altas… se daba cuenta de que tal vez tenían razón sus diligentes amigos y familiares que con tanta destreza lograban triunfar colmados de éxito, y decidió que debería superar lo que ya consideraba en su carácter  una terrible deficiencia.

Salió de viaje una mañana, como era habitual en él tomó un tren tras haber realizado todas las gestiones necesarias para subirse en él, casi a ciegas y con ese aire ausente que le caracterizaba, tomó asiento en uno de los compartimentos y se dispuso a leer un libro que ya tenía empezado con el fin de coger el hilo en el punto en que se encontraba, pero ¡oh sorpresa!, nada era semejante a la lectura de la noche anterior, la atmósfera del libro no era ya la misma, las líneas se montaban unas sobre otras en medio de tan insistente ajetreo, él con su constancia, todavía incrédulo, continuaba leyendo y pasando páginas y a duras penas lograba enterarse de algo, acaso el cambio de ambiente, el ir y venir de los viajeros, ese inevitable choque con la realidad de un nuevo viaje, irrumpían en su cerebro ocasionándole cierto nerviosismo.

 Pronto entró en su departamento un grupito de personas que lo acompañarían durante el trayecto en diferentes etapas. Levantó la vista levemente y se dio cuenta de que las tres personas que habían entrado colocaban su equipaje en los estantes superiores cuidadosamente y se desembarazaban de sus abrigos colocándolos encima.
Jacobo asombrado siempre por la pulcritud de sus congéneres se preguntaba mientras tanto como en sueños si él había procedido de idéntica manera y repasaba mentalmente todo el proceso desde que llegó al compartimento, en efecto, esa pulcritud le parecía a él inalcanzable.

Como era persona muy locuaz, pronto entabló conversación con una señora, inveterada viajera y de aspecto demasiado atildado. Se estableció entre ellos una conversación convencional a primera vista, pero él enseguida se dio cuenta de que la señora inquiría constantemente, con una sonrisa demasiado complaciente, y se mostraba muy deseosa de saber todo lo que Jacobo escupía por su boca, él inocentemente daba datos y más datos sobre sus circunstancias familiares, sus deseos, sus anhelos más profundos, viajes de otro tiempo, anécdotas del pasado, emocionado de manera visible porque su interlocutora le seguía la corriente, contó Jacobo todo cuanto en ese momento se le pasaba por la imaginación, incluso comentó de pasada el pasaje del libro que estaba leyendo y sintió cómo en ese momento lograba centrarse en su lectura, como una niebla que pasa y nos humedece la cabeza con un pequeño golpe de viento, ah!! ¡Qué gusto poder leer ahora con tranquilidad!, una especie de lucidez repentina hizo que sazonara su solitario monólogo abandonándose a él con cierto desenfreno desesperado ante la escasa participación de la viajera que asentía o negaba con gestos, como si estuviera privada de lenguaje, o tal vez su código lingüístico fuera muy pobre, o simplemente carecía de educación tan insensible como se mostraba, pero cuyas preguntas excitaban la imaginación solitaria de Jacobo que se veía obligado a responder con largas parrafadas y benevolentes sonrisas que le servían de incisos.

La mujer se recreaba con su inocente conversación, pronto Jacobo se quedó sin aliento, estático, dejo de mover sus manos, posó su mirada ausente en los ávidos ojos de la señora, le iban y le venían diferentes ráfagas de lucidez a su  cerebro agotado por el esfuerzo constante de atención a la mujer y su cuidadoso lenguaje y descripción. El tren rodaba a toda marcha como si sus palabras volaran al unísono, y sus sonrisas se posaran en lo alto de las montañas circundantes,  sintió un ligero sofoco y después frío, la mujer completamente ajena a sus impresiones, continuaba ansiosa su labor de preguntar como si no fueran suficientes todos los datos que le había proporcionado Jacobo, poco a poco iba tiñéndose su semblante de lozanía, y satisfacción, mientras Jacobo sentía el deseo apremiante de detener  su conversación, de detener la marcha impetuosa del tren, porque le inundaba la frialdad del vacío.

Cuando por fin la viajera llegó a su lugar de destino y recogió sus cosas para bajar del vagón, él emitió un saludo de despedida ausente como siempre y amable,  y se quedó pensativo, era inútil de todo punto retomar su lectura, miró a través de la ventanilla el paisaje montañoso que se abalanzaba sobre el tren, sintió un leve mareo, una especie de arcada acompañada de una nausea se le agolpó en la garganta mientras pasaban por su imaginación todas las palabras que había emitido en absoluto carentes de entusiasmo, sintió también una profunda tristeza acompasada por cierto nerviosismo y malestar, ¿qué había estado haciendo? ¿era posible que siempre que entablaba una conversación, una multitud de impresiones silenciosas tuvieran que acosarlo y torturarlo?, se hizo a sí mismo el firme propósito de no volver  a hacerlo, pero ¿cómo?, –vivía entre la gente y la gente habla y habla… pregunta y pregunta… y nunca es capaz de apreciar si tienes nauseas, si sientes un vacío enloquecedor, si los nervios se desatan, si no eres capaz de retomar tu lectura, en fin todas esas cosas que ocurren cuando un interlocutor toma conciencia de cierta candidez en el otro y decide absorberla sin piedad.

Jacobo llegó al fin a su destino, con su habitual mirada ausente y el gesto consternado y abatido a causa de lo poco que había evolucionado su conciencia, pisó con firmeza el asfalto y tal como subió a ciegas a ese tren, tomo un taxi que lo llevó a su casa en donde siempre escuchaba la misma cantinela, –nunca llegarás muy lejos… —eres un inconsciente…, cabizbajo  se dirigió a su cuarto y retomó atentamente la lectura en el punto en que lo había dejado, y libre ya en su soledad de interlocutores apremiantes, prosiguió su ejercicio cotidiano de consciencia, esta vez sí, lograba enterarse de algo.

Mercedes.


Imagen: Bruno Schultz "Self-portrait" 1920-22.