viernes, 22 de noviembre de 2013

EL CORMORÁN Y EL VIENTO.












EL CORMORÁN Y EL VIENTO

El Pájaro



Y un pájaro cantó, delgada flecha.
Pecho de plata herido vibró el cielo,
se movieron las hojas,
las yerbas despertaron...
Y sentí que la muerte era una flecha
que no se sabe quién dispara
y en un abrir los ojos nos morimos.




Octavio Paz

Era un hombre normal, gozaba de gran simpatía entre las gentes que lo rodeaban, era un hombre simpático, ligeramente bien parecido y bien dotado, se esmeraba por llegar a ser lo que sus padres deseaban de él, un hombre bien asentado en la vida y próspero.
Un hombre joven para una mujer joven, recién salidos de la pubertad, las fuerzas del orden familiar establecían relaciones a largo plazo con esa perspectiva que da la andadura de una familia normal dentro de un país normal.
Todo era tan normal que oponer la menor resistencia a un matrimonio concertado, abocaba a la locura. ­­­–El amor es cosa de los libros y del cine, –decían, –el amor llega después, con el roce…
 El hombre ideal pasó a formar parte de mi vida sucesivas mañanas junto a un mar turbulento de sensaciones y unos deseos inmensos de libertad. Transgredir esas normas iba a acarrear  la desdicha de un estigma que solo podía borrar el paso del tiempo entre letras y legajos, imágenes de la dicha y de la desdicha, entre líneas ciegas a veces y deslumbrantes casi siempre, una mujer marcada por el destino,  entre la resignación y la dignidad, una pareja tan ideal como el hombre que le fue impuesto.  
El viento azotaba el oleaje por la mañana temprano, sentí un golpe seco lejos de mi habitación, la ventana de la sala se abrió de par en par y con la ráfaga cayó a mis pies un pájaro grande de color negro azulado herido en un costado. Sentí una especie de horror momentáneo, intenté cerrar la ventana con rapidez, pero me lo impedía la fuerza del viento, ese viento que en la costa alcanza velocidades insospechadas que suele llegar aullando, y abate con su fuerza las alas de los pájaros.
Cuando todo parecía a salvo del sobrecogedor azote, me senté a observar detenidamente al pájaro que movía con esfuerzo lentamente sus alas, y entornaba su hermosa cabeza contra el suelo. No me atrevía a tocarlo, los pájaros siempre me han impresionado, ese algo aéreo que portan en su cuerpo, esos huesos frágiles en movimiento me producen escalofrío y desazón, pero me sentí obligada a curarlo y fui en busca de algodón, un poco de alcohol y unos vendajes en medio de un haz de nervios, el viento apagaba el silencio que a esas horas de la mañana suele ser muy grato y me encontraba muy alterada por el percance. Alcé mi vista hacia la ventana, y en la orilla del mar se veían numerosos puntos negros, de pájaros ateridos de frío que picoteaban la arena con impaciencia. Mientras tanto el pájaro expiraba entre mis manos que temblaban de miedo.
Cuando me encontré en la calle todavía temprano, en esos momentos en los que nadie se ha levantado aún de la cama, y torcí mis pasos en dirección a la playa, con el alma golpeada por el mismo viento que aquel pájaro, encontré a un hombre que más me parecía un sueño, un espectro en silencio, me detuve a mirarlo porque algo en su expresión resultaba reconocible, sin cabellos ya, con sus facciones encanecidas por encima de la boca, y las cejas blancas de nieve,  arrugado, y engordado por los años, completamente acabado depositaba su tristeza sobre las páginas de un periódico, continué caminando y algo me hacía volver la vista atrás para observar de cerca al desconocido, y comprobar al fin que no era una visión, ese hombre había yacido conmigo en la misma cama, ese hombre había convivido conmigo largos años de desarraigo, como el cormorán de mi ventana, ese hombre parecía herido por la vida, herido por el tiempo, pero al fin lo reconocí cuando escondió su cabeza entre las páginas del diario.
 Corrí ese día cerca del mar como si se me fuera la vida en ello, regresé a mi casa y vomité todo el estremecimiento que de repente se manifestaba apretujado en mi estómago, un pájaro herido de muerte era aquel hombre gastado por los años y un vómito convulso era todo mi pasado.