jueves, 14 de noviembre de 2013

EL CUERPO DESNUDO













EL CUERPO DESNUDO


Y después de hacer todo lo que hacen, se levantan, se bañan, se entalcan, se perfuman, se peinan, se visten y así progresivamente van volviendo  a ser lo que no son.

Julio Cortázar


Poco a poco iban desapareciendo todos aquellos seres íntimos y amados. Corrían días en los que la muerte se cobraba vidas que directamente participaban en la suya.
Tan continua era la devastación que apenas quedaba tiempo para asimilar aquellas muertes, una lágrima llamaba a otra y un mar de llanto desesperado llamaba a infinitas lágrimas de desesperanza.
No comía, lloraba mientras dormía en la extenuación, día tras día deambulaba por las calles como un zombi, fantasma entre fantasmas, no pensaba, no soñaba, nada podía hacer, la  impotencia se apoderaba de su ser, se fue hinchando y deformando su cuerpo con la pena, y no quería verlo, aquellos seres desaparecidos lo habían tocado, lo habían amado, y ahora estaban muertos, tampoco acudió a ninguno de los sepelios, no quiso contemplar ni un solo rostro de aquellos seres sin vida, un soplo animado contenía su aliento como si con él, el mismo hálito de esos muertos continuara vivo dentro de su ser. No aceptaba compasión alguna, no aceptaba el más mínimo roce con otro ser humano, ansiaba el aislamiento absoluto,  hasta de su propio ser.
 Así pasó unos años, autómata, ejercía su trabajo, sus quehaceres diarios, autómata se alimentaba y dormía, no quería más vida que la que encerraba dentro. La vida del día a día,  continuaba su ritmo frenético y pasaba a su través sin dejarse tocar, en completo silencio y ya no le quedaban lágrimas con las que llorar. Con el cerebro atento a los acontecimientos de aquellos años, llegó a su lugar de origen en donde el mar siempre estaba presente, lo evitaba constantemente, tampoco quería escucharlo, se encerraba en su habitación y vegetaba sin cesar, no quería sentir más, no quería ver ni siquiera  su cuerpo desnudo y evitaba el baño, el cambio de ropa, los espejos, deseaba la nada, deseaba el vacío, sólo escuchaba palpitar su corazón en donde estaba contenida aquella última y lejana exhalación, dejaba pasar los días, las horas, los minutos, quería eludir a sus vecinos y así pasaron muchos días en la inanidad de los sentidos, llegó a olvidar todas las señales de vida de su ser que guardaba con fuerza ese resuello con el constante temor de perderlo.
Cuando el vacío habitaba por doquier, un día, decidió contemplar su cuerpo desnudo, tomar un baño, abrir las ventanas y escuchar los roncos sonidos del mar, dormir, soñar, escribir, leer, comer, salir , entrar, escuchar, tocar, reír,  hacer al fin, todas aquellas cosas de las que se había privado en aquellos años de duelo, vestirse y desvestirse, mirarse en el espejo, palpar con sus manos algún signo de vida, porque –nada se puede hacer contra la muerte, nada… salvo contener ante ella un último aliento vital.
Entonces llegó el momento más difícil,  fue desprendiéndose de sus ropas lentamente y dibujando con su mente sus formas recobradas, contempló su rostro en el espejo y vio su ser tal como siempre lo había conocido, exhaló por fin su soplo contenido y comprobó que aún estaba viva, que nuevos sueños la visitaban por la noche, que ya no sentía el viejo dolor, que se había disipado, y ya no recordaba nada del pasado, solo su cuerpo desnudo y su contemplación le trajeron entonces la imagen viva de sus amados muertos.
  
Dibujo: Desnudo con flores
Alberto Giacometti


De: Silencios en Otoño.