miércoles, 13 de noviembre de 2013

OTOÑO EN LAS ROCAS


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OTOÑO EN LAS ROCAS


A mí, en cambio me atrae lo lejano.
En mi rostro penetra un universo,
Tal vez deshabitado lo mismo que una luna;

El solitario. Rainer María Rilke

Es tiempo de manzanas, de verduras contundentes, de uvas, de hojas que se desprenden de los árboles, de colores tenues, de nubes y de mareas arrolladoras, de vientos en penumbra, de nieblas y de brumas al amanecer en las que el sol se esconde y a duras penas deja escapar una leve luz blanquecina, de lluvia pertinaz y avisadora de un tiempo de nieve, es tiempo de arrullos, de cobijo entre las sábanas, de silencios en otoño que barruntan el terrible invierno, sí, es tiempo de silencio.
Él en cambio, ineludible, inmenso, altanero y arrogante, golpea sin piedad cuanto encuentra a su paso. Vanidoso  se viste del universo todo con sus luces y sus sombras. Se estrella con fuerza contra las rocas ávido de surcar la tierra con su brutal aliento.
Resplandece con la luz del sol y se confunde con el azul del cielo, cuando el sol se duerme en el horizonte un arcoíris de colores le coronan, las sombras de las rocas le tiñen de negro, brilla en plenitud plateado en noches blancas de luna llena, el viento riza sus albas  olas  de espuma, la niebla le esconde en su seno y oculta sus traicioneras fechorías, la lluvia golpea sus aguas y estallan chispas luminosas en su superficie. Dispersa y deshace la dulce y gélida nieve sobre la arena.  Taimado y poderoso, escucho su rumor días y noches y siento su amenaza imperiosa, entonces me alejo y me oculto de su arrebatador canto sonoro, murmullo de lánguidas voces eternas, notas del monótono existir.
Capaz de borrar en su sed de dominio el infinito horizonte de mis sueños, jamás le permito acariciar mi piel con sus halagos cuando el mar irrumpe en mi puerta seductor y torticero, todos le temen y pocos le comprenden, solo aquellos que han contemplado alguna vez el reflejo de la muerte en su seno. Deambulo en ocasiones a su costado y le siento tímido acercarse a mis pies desnudos, ese cúmulo de aguas turbulentas devora la eternidad del universo. Tantas veces surcado, tantas veces cantado y alabado, con innumerables nombres nombrado, imposible eludir su presencia, hace al hombre solitario aun más solitario en su grandeza, hace gozar al inocente o al ignorante y los devora en su corriente, hace el sustento de hombres que en su osadía zozobran e incluso mueren en un ahogo cotidiano, una pobre y fatigada luz humana se extiende y alumbra de noche a esas pobres almas desdichadas.
En esta estación de silencios, las gentes se alejan de su presencia y lo evitan, más furioso se extiende sobre la costa, más visible, más vehemente, celoso de aquellos que sobre la tierra en un abrazo furtivo se olvidan de su azote mortal.

Pintura: Claude Monet


Las rocas de Pourville, oleo sobre lienzo

De: Silencios en otoño