martes, 22 de octubre de 2013

EL AMARGO PLACER DE LA DERROTA









EL AMARGO PLACER DE LA DERROTA

 La derrota tiene una dignidad que la victoria no conoce
J.L.Borges

Como  el que camina despreocupado y atento sin embargo a las embestidas callejeras, como ignorante del flujo urbano a ciertas horas del día, empapado hasta los huesos, resguarda de las inclemencias del tiempo unas hojas cuidadosamente apiladas dentro de una envejecida carpeta azul recuerdo de la infancia, sueña despierto ese día mientras mueve sus piernas al ritmo común del viandante, siente latir toda la actividad de sus manos en la tarde, es un escrutador de palabras, es un escrutador del tiempo que vigila cada segundo que pasa porque se le va la vida en ello, es finalmente un hombre derrotado, no conoce el éxito, como tampoco conoce la venganza ni la voracidad que como fieras enjauladas manifiestan otros seres, fue derrotado por el amor que le hirió temprano en los albores de su juventud, fue derrotado en su profesión, avasallado y pisoteado, conoció también la derrota ajena de algunos de sus mejores amigos, es un loco solitario que nada espera de la vida más que un instante más del destello que le llevó a la locura. A su ritmo despreocupado en medio del vacío del mundo, comprimía su cartapacio contra el pecho desesperanzado, ya el ruido de papeles unos contra otros desparramados por el suelo arrimado feliz a la puerta de su coche una mañana de primavera  no le proporcionaría la dicha inmensa de aquel  encuentro, cuando imprimió la primera edición de su trabajo, entonces, un gran hombre dirigía sus pasos para que al fin lograra desarrollar su historia aherrojada y maldita, aquel encuentro con su mejor amigo ya nunca volverá, se lo llevó la muerte y esa fue la peor derrota.
Entró en un café con el propósito de resguardarse, se sentó en un rincón apartado del bullicio, las miradas curiosas habituales en esos lugares no faltaban, se colocó las gafas y se dispuso a abrir su cartapacio, contempló con placer el trabajo realizado, era como contemplar al mismo tiempo largas horas de esfuerzo, todo el desgaste de sus ojos, días de sol y de niebla, días apacibles y exaltados, desesperación ante el fracaso de una investigación, luces y sombras, sonidos cotidianos, paseos por el centro de la ciudad, cigarros que se encienden y se pisotean,  y la larga espera del final que no llega.
Cuando más concentrado se hallaba entre las páginas que acababa de imprimir, alguien se le acercó para entablar conversación, él, reacio al principio se mantuvo distante y ligeramente molesto por la intromisión.
La mujer extendió su mano para presentarse y él aún mantenía las suyas sobre sus hojas como para salvaguardar su intimidad, aun no se había internado en esa realidad casual fruto de un mero guarecerse de la lluvia, y de pronto se vio desnudo y sin palabras, tímidamente extendió su brazo para saludar, –te conozco desde hace tiempo, —dijo ella, —te veo pasar por aquí todos los días y siempre me he preguntado el por qué de ese caminar cansino y sigiloso, parece que huyes de algo menos intranscendente que un día de trabajo, ¿quizás te persigue la justicia? ¿te dedicas a negocios sucios? ¿ te ha abandonado tu mujer?, él comenzaba a impacientarse, y no contestó a ninguna de sus preguntas que una tras otra iba rechazando, la mujer asombrada por tanto silencio, quiso suavizar su brutal entrada y le dijo, hablando sola en todo momento –tienes cara de buena persona, esos surcos a ambos lados de tu cara rebelan lágrimas en el pasado, tus ojeras delatan largas horas de insomnio, tu boca refleja la amargura de un hombre solitario, tu triste mirada es la mirada de un miope, y tus manos nerviosas las de un artista, ¿acaso pintas? ¿escribes música? o ¿tal vez escribes libros? Ella no apartaba su mirada de los papeles que poco a poco él iba recogiendo y guardando en el cartapacio con ademán de marcharse, –no, –solo soy un hombre cansado que busca un final para su novela –ha sido un placer hablar contigo, he encontrado en tu compañía un final para mi libro, tú me lo has proporcionado, como muestra de gratitud te enviaré el primer ejemplar publicado –los corazones rotos se curan, los corazones protegidos acaban convertidos en piedra.
Poco a poco fue desembarazándose de la visitante y en silencio salió del local en dirección a su casa con la impresión que se siente al haber perdido algo, algo que solo iba a encontrar sentado ante su escritorio en busca de ese final que nunca llega mientras nuestro corazón late impaciente.

Foto: Piet  Mondrian (1872-1944)

The Large Nude, 1912

De: Silencios en Otoño