viernes, 5 de abril de 2013

LA NOCHE DEL VAGABUNDO


 
 
 
 
 
“Para no ser los esclavos martirizados del tiempo, embriagaos; embriagaos sin cesar. De vino, de poesía o de virtud, como queráis”

 

Charles Baudelaire. “Embriagaos”.  El Spleen de París

 

LA NOCHE DEL VAGABUNDO

Cuando estaba a punto de acostarse para leer un libro que narraba las venturas y desventuras de un vagabundo que pasaba sus noches al raso en un parque despoblado de una gran ciudad y ya no esperaba nada de su vida, decidió salir en la profundidad de la noche a deambular por las calles casi desiertas y con esa sensación de desarraigo en sus entrañas observaba las casas  en los costados que mostraban sus luces despiadadamente habitadas.

Deseaba en silencio que las casas se encontraran vacías y dirigió erguido sus pasos de autómata hacia una de ellas que se encontraba en penumbra en donde en el centro de una entrada fuera de lo común, en unas crujientes escaleras se encontraban apoyados dos amantes que alegres se abrazaban en la oscuridad y  manifestaban una complicidad también fuera de lo común, pasó discreto a su lado y se internó en un laberinto de puertas entreabiertas que mostraban un interior poblado de nuevas ediciones recientemente publicadas, a tientas tanteaba las torres de ejemplares apilados, con un único objetivo encontrar solo uno, una luz blanca se posaba e iluminaba   las voces apagadas de las portadas de los libros.

Desgarbado y con su cráneo completamente desnudo, destacaba entre las sombras produciendo una imagen blanquecina y  fantasmagórica. La feliz pareja de enamorados se acercó a él y libres de temor le preguntaron si se había perdido y no encontraba lo que buscaba.

Él con una voz ronca y desencajado como si lo hubieran descubierto en lo más profundo de su intimidad, se dirigió a ellos con los ojos vidriosos que brillaban en la oscuridad, –solo pasaba por aquí, –dijo– acompañado de un gesto amable– y me llamó la atención el lugar. Ellos sonrientes lo acogieron con júbilo y se lo  mostraron complacidos, a continuación decidieron caminar en su compañía por  las calles empedradas para dirigirse a algún café nocturno en donde tomar algo. Él les siguió y una extraña alegría ilumino su rostro, el silencio se alejó y en una calle muy populosa disfrutaron de la música y la bebida.

 En  un estado de feliz somnolencia y embriaguez,  se adentró  por esas calles pedregosas, su paso ligero se topaba con las mujeres de la noche que le ofrecían sus servicios tendiendo sus brazos a su cuello, los borrachos cantaban con dificultad viejas  canciones de guerra, las gatas en celo ensordecían la atmósfera con sus maullidos en la noche, los jóvenes disfrutaban del amor en las esquinas, aceleraba el paso cada vez más rápido y escueto, aspirando el  murmullo del aire cálido que acariciaba su rostro y llevado por el deseo de no regresar a  su casa, algo en su interior le exigía con fuerza perderse y sentir su libertad solitaria hasta el amanecer, deseaba él también entonar canciones, y dormir al raso, y alegrarse con los destellos del amor nocturno y expulsar los viejos fantasmas del tiempo.

Cuando ya cansado casi rozando el alba llegó a su casa  se dirigió directamente a su lecho para continuar la lectura antes de dormir con el fin de  descubrir el final de la historia,  se fundió entonces en un sueño común con el personaje protagonista, los dos deambulaban por esas mismas calles y encontraban  los mismos vagabundos, las mismas mujeres ardientes , los borrachos y los jóvenes bulliciosos, y cuando llegaron a la casa de las escaleras crujientes encontraron a los amantes y el libro que estaba leyendo apilado en un rincón en el que la luz de la luna serena iluminaba el rostro sonriente de su autor en la portada, sus páginas recorrían las mismas calles  por las que había deambulado con todos sus viandantes y cuando el vagabundo conversaba entusiasmado con sus amigos, vencido por el cansancio cerró el libro y ya con los ojos entornados, un revoloteo de páginas le reveló el misterio,  el hombre le guiaba como a un ciego por las rutilantes calles del ensueño, ya dormitaba complacido mientras el silencio y el tenue sopor de la noche hundían suavemente su desnudo cráneo en la almohada.

 

Foto: El sueño y la realidad. Marc Chagall

De: Claros y Sombras

Mercedes Vicente González.