sábado, 30 de marzo de 2013

EL ABRAZO DEL AVESTRUZ


 

 
 
 
Los días del pasado quedaron tan atrás,
fúnebre hilera consumida
donde las más cercanas aún humean,
velas frías, torcidas y deshechas.

No quiero verlas; su aspecto me aflige,
me aflige recordar su luz primera.
Miro ante mí las velas encendidas.


  Velas” Konstantinos Kavafis 1899.

 

EL ABRAZO DEL AVESTRUZ

 

 Una vez consumado en toda su plenitud, poco más tiene que decir el amor, salvo la rutina de la convivencia, el tedio, la práctica del sexo, y otras lindezas que justifican nuestro miedo atávico a la soledad. Todo lo demás es arte… es sueño… y el amor más excelso es el soñado.

 El pasado le  pesaba como una losa… el futuro incierto no arrojaba ningún signo de esperanza…  Sin embargo en el presente  los días se iluminaban con la misma intensidad de luz con la que se iluminaba su estancia recogida y diminuta con innumerables velas vacilantes en la sombra,  y optaba por la supervivencia, en un mundo caótico y decrépito. Ilusiones lejanas y la sensación continua de una unión vívida y palpitante encerrada dentro de sí prolongaban los días con sus noches para hundirse en el vacío de la nada. Un presente dibujado con certeza, entre útiles de trabajo, sueños, imágenes, y palabras que explican cada instante y lo azotan con violencia.

Aquel amor de otro tiempo, había superado la posesión y la locura, superó el tiempo y la pobreza, y superará también la muerte,  siempre encuentra un lugar en el que florecer vivo y risueño, lleno de gozo, reescribiendo su historia, autónomo, con vida propia,  al arrullo de un abrazo que se recoge en sí mismo,  misterioso y eterno, como la misma fuerza de las palabras.

Pero ahora solo la lasitud de los días se prolongaba  en el tiempo y el trayecto había  llegado a su fin, fin de viaje.

En plena noche, en la oscuridad de los sueños un enorme cráneo tapiaba su cabeza envolviéndola  en un abrazo en completo silencio y el  trémulo beso de su boca deforme la dejó atrapada, sin habla y sin aliento, en medio de las sombras. La imagen era una masa informe, inacabada y sin embargo encendía el deseo más ardiente, todas las sensaciones del pasado inundaban su ser y poco a poco la masa era solo una, en una unión perfecta y pétrea, por momentos el terror  de la muerte invadía sus miembros. Despertó de un sobresalto y la figura del hombre se desvaneció, respiró profundamente, abrió los ojos sorprendida y al mismo tiempo abrió la ventana, una sensación de alivio y bienestar se hermanaba con la luz incipiente del nuevo día, supo entonces quien era el extraño, pero aún no le conocía.

Foto:  Trouble in Paradise, 1932 by Ernst Lubitsch.

De: Claros y Sombras

Mercedes Vicente González