martes, 26 de febrero de 2013

EL LEXICÓGRAFO Y EL HALO MISTERIOSO









EL LEXICÓGRAFO Y EL HALO MISTERIOSO


El hombre solitario es una bestia o un dios.

Aristóteles.


De aspecto insignificante y rutinario, acudía todos los días a la hora acostumbrada hacia un espacio minúsculo en donde sin pausa, trabajaba en su quehacer filológico.
Permanecía en una zona apartada y aun así se veía interrumpido constantemente por un ir y venir de personas que acudían a consultar un diccionario… en busca de algún libro… o bien, simplemente a utilizar una fotocopiadora.
Soportaba silencioso esas interrupciones, constantes que de alguna manera le descubrían un atisbo de realidad, ajena, a la lexicografía que investigaba. Ellos daban por sentado que se trataba de una persona estudiosa sin otro afán que el que se traía entre manos… las palabras inundaban el ambiente y le conducían a tierras lejanas en donde podía explayar su fantasía. El entramado del léxico, le permitía explorar los entresijos de su propia lengua y de una lengua antigua que le fascinaba.
Un día se dio cuenta de que un halo de misterio aparecía por el recinto, por sus pasillos, por sus rincones, fluctuaba en el aire imponiéndose a la monotonía, él no le dio más importancia y permaneció ajeno  a la fuerza que le impregnaba. Su trabajo requería concentración, y se limitaba a entrar en la composición de las palabras, que ejercían un atractivo sobre él, inevitable.
Entraba y salía, se ajustaba a su horario, siempre centrado en sus afanes, desglosaba las palabras, y olvidaba al mismo tiempo toda la literatura profana que había conocido, los textos, en medio de ese halo,  cobraban un valor casi sagrado, se olvidó de todo y convirtió su vida en un ir y venir de textos a diccionarios.
Pasaba el tiempo, se encontraba  a buen recaudo, todos estaban conformes con su presencia habitual y constante, y poco a poco fue convirtiéndose en un mueble  que ocupaba poco espacio.
 El halo se extendía cada vez más… todos se mostraban impregnados por el mismo… menos él,  que en su rincón, no manifestaba el menor interés, como si se tratara de un elemento más de su rutina, su indiferencia era absoluta.
Al cabo de los años, transcurrieron innumerables horas de este modo,  no tardaron en aparecer las discordias y la desazón generalizadas, unas veces lo encerraban allí bajo llave, otras veces lo sacaban con cualquier pretexto, todos querían ocupar su sitio, se mostraban inquietos y agresivos, hacían mucho ruido, en fin, le importunaban continuamente y el halo etéreo que los impregnaba, aparecía entonces, distorsionado y grotesco.
Entristecido y cabizbajo acudía como siempre a la hora acostumbrada, hasta que un día en el cual  había trabajado duro, durante muchas horas, vinieron a buscarlo, con el pretexto de asistir a una conferencia. Recogió sus cosas casi a tientas y cuando salió al descansillo, todos, congregados, esperaban su reacción y su amable saludo, por primera vez le dirigieron la palabra, después de tantos años de silencio, entonces él, con la voz entrecortada y la mirada ausente, con su amabilidad acostumbrada dijo— lo siento, – en este preciso instante me siento indispuesto y pido disculpas, –no podré asistir. El pobre hombre se sentía embargado por una extraña  ceguera sin duda producida por el impacto de innumerables  brillos ópticos.

 Todos acudieron a la conferencia investidos cada uno con su halo misterioso, menos él, que regresó feliz  a su rincón, en donde recobró la vista.









DUELO DE TITANES

Science sans conscience n´est qu´une ruine de l´âme

En un mundo en el que la cultura brilla por su ausencia, cualquier entusiasta aparece ante  los ojos de los demás como un genio.
Nunca olvidaré aquel encuentro, eran dos, las personas que a lo  largo de los años me habían informado con profusión, de infinitas teorías sobre la existencia y sobre la redención y la acción política, sazonado todo con un entusiasmo poco común por la cultura, que abarcaba  todos sus aspectos, en especial la música y la literatura, que ellos acompañaban siempre de gran erudición y frases resonantes.
Cada uno de ellos por separado, presentaba muchas cosas en común, los dos tenían gran audiencia entre otros seres no menos entusiastas que en su presencia asentían continuamente. Lo que en condiciones normales podría ser creativo y divertido se convertía en ellos, en algo cada vez más farragoso, a medida que la audiencia aumentaba.
 Llamaba la atención su amor por la belleza de la que carecían por completo y se volvían diletantes en sus observaciones y comentarios frecuentes sobre ella. Eran además el centro de atención, allá por donde pisaban y sus discursos enseguida se volvían monólogos, como oradores impenitentes, con inflexiones de voz muy frecuentes y  gestos muy estudiados que centraban la atención del oyente, cada vez más  y más…
Eran también dos seres muy conflictivos y violentos, los dos eran muy vehementes, la única diferencia era, que el uno se entusiasmaba con la filosofía y el otro con las matemáticas y los dos deseaban una revolución política que adornaban hábilmente con datos y más datos de la Historia, entendida ,como es natural, a su manera. La demagogia y la retórica eran sus armas más usuales.
Un día coincidieron ambos en la casa de uno de ellos, y tuvo lugar "un duelo de titanes", haciendo gala de una cultura basada en la mención de muchos  y amontonados nombres  y tan superficial que inducía a risa.
Y…  en medio de un uso de la retórica abusivo... el uno dijo al otro, contemplando su reflejo: ¡Aaaah¡ ¡mira, uno, que sabe tanto como yo¡ exclamó sorprendido... Confundido el otro, y muy incómodo, con la feliz coincidencia, salió de la habitación avergonzado, con una mueca de desagrado….   








PACTAR CON EL DIABLO

Pobres lo que se dice pobres son los que son muchos y siempre están solos.
 Eduardo Galeano

Se sentó un día cualquiera, al borde de su cama y empezó a conversar con ella en unos términos muy convincentes que dejaban ver sus aviesas intenciones.
Que si el mundo es así y nada lo va a cambiar… que si es “el eterno retorno de lo mismo”... "la nada absoluta que nos arroja impenitentes al vacío"... "el tedio"... "las doctrinas superadas"... y el “hay que hacer”… “hay que superarse”… “hay que”… como consignas, repetidas hasta la saciedad, con afán de negociar… 
Recordó entonces, su niñez abandonada a su suerte.
La chabolas estaban alejadas del centro de la ciudad y olían mal, a una mezcla de sudor y humedad en el ambiente que las hacía insoportables. Sus habitantes no hacían nada, sentados en la orilla del río refrescaban sus pies sucios con mugre acumulada de muchos días de andar descalzos, los niños lloraban cuando sus madres les daban el pecho, ya crecidos y hambrientos, los hombres con la delgadez de la desnutrición, acumulaban cartones y chatarra que luego vendían como podían. Pucheros llenos de agua hervían, sobre fuegos improvisados, con gachas en su interior para la comida.
 Él, que se sentó muchas veces sobre el borde de su cama, para negociar, no lo sabía, pero allí, en esas chabolas, pasaba ella largas horas cuando una organización parroquiana  proporcionaba comida y ropa usada para llevarlo, no existía entonces otro medio.
Los hombres entraban en el hall de su casa, con las botas caladas hasta las rodillas y retumbaba la madera del suelo y crujía, con sus pisadas firmes. Empapados de agua llegaban y dejaban grandes cantidades de dinero sobre el mostrador que habían recaudado  para la empresa, excitados hablaban en voz muy alta y siempre tenían prisa, eran unos cuantos, y ella niña aún, los espiaba, detrás de una cortina, hasta que se marchaban, dejando atrás el ambiente gris de la desolación. Con esa impresión que se repetía todas las semanas, a primeros de mes, se iba a la cama, en donde entonces, nadie se sentaba sobre el borde para negociar y se sentía tan olvidada como los pobres de las chabolas que visitaba
Con un nudo en la garganta y triste, hoy contempla la misma desolación de aquellos días lejanos, que impregna su piel, en el presente, con el hedor  del hastío que produce tanto pacto, y la pobreza extrema en la que se encuentra, harta de negociar con la muerte.