lunes, 8 de agosto de 2011

EL CONSEJO DE LA MUJER DE LA ALDEA

EL CONSEJO DE LA MUJER DE LA ALDEA

Cuenta Tácito en el libro II de las Historias que existió una mujer en el Lacio en el tiempo en que los romanos asolaban su aldea -cuando los romanos asediaban una aldea todo era desolación y masacre- y acostumbraban a llevarse el botín, lo arrasaban todo, así las cosas  prendieron a una mujer con un enorme bulto bajo el vestido y creyendo que era portadora de tesoros ocultos la violentaron hasta que ella en un grito de horror abrió sus ropajes y mostró sin pudor su vientre embarazado. Esta historia lleva por título “La mujer del Lacio”.
Era una mujer algo enjuta y de gesto endurecido, tal vez a causa del frío de la nieve que caía durante los largos inviernos que pasaba en su aldea, rodeada de enormes montañas y peñascos escarpados y practicamente aislada del resto del mundo.
Acostumbrada a cabalgar en libertad, entre montañas, y arrear el ganado, y a las duras labores del campo. Solitaria, y un poco cansada de esa soledad, decidió un buen día acercarse a la ciudad,  asentarse en ella, y cuidar niños.
En la casa que la acogió, había una niña  que enseguida despertó su interés con la que congenió de maravilla.
Debía hacerse cargo de ella y de sus hermanos porque los padres apenas tenían tiempo de ocuparse de ellos a causa de su intensa vida social.
A pesar de su aspecto, misterioso y demacrado, como para infundir a un niño cierto respeto, la niña se mostraba encantada con el misterio y le confiaba todos sus secretos, ella le contaba historias fantásticas de animales salvajes, de lobos voraces, de pájaros siniestros que anidaban por las noches cerca de su casa, de venados que los cazadores abatían sin piedad, ciervos maravillosos que iluminaban su arbórea cornamenta y emitían sonidos inquietantes, de perros y gatos fieles a su voluntad, de veredas estrechas y empinadas que se veía obligada a atravesar con sus animales en noches de luna llena, en la estación en que las vacas tienen que ser transportadas para  invernar, de árboles  enredados en la nieve que sugerían formas imaginarias y extrañas…
A la pequeña le fascinaban esas historias tan reales y fáciles de verificar en un futuro próximo en el que podría visitar la aldea de la mujer maga, así la llamaba ella.
La niña agradecida y estimulada, a cambio, le contaba todos los días lo que había aprendido en el colegio, y todo lo que se le ocurría.
Fue creciendo y la mujer de la aldea se daba cuenta de que la niña iba a ser una mujer atractiva y de clase acomodada. Como también aprendía con facilidad y obtenía siempre muy buenos resultados y era muy despierta,  le aconsejó con sigilo -debes estudiar y leer mucho, porque te pretenderán los hombres por el dinero de tus padres, y lo que tú aprendas y sepas no te lo quitarán  nunca- y  no se lo digas a nadie.
Emprendió su vida, y lo que le dijo la mujer se cumplió fielmente, llegó muy lejos y siempre rodeada de hombres acosándola con toda clase de argucias, ella le guardó el secreto a la mujer, y nunca dijo nada a nadie, siguió su camino amable con todos y huía al mismo tiempo de sus requerimientos, no se casó nunca, y ya tenía edad madura, cuando alguien desesperado por el misterio que desprendía su persona, le preguntó con voluntad de arrebatárselo y sospechando alguna estrategia rara ¿qué tienes tú en la cabeza? Libros, -contestó ella- resuelta.
 Pesarosa comprendió que lejos de sus padres y en la miseria ya no la pretendían por su dinero, sinó por su misterio. Quiso encontrar a la mujer mágica para contárselo y le dijeron con desprecio, hacia ella y hacia la mujer, que había sido ingresada en un psiquiátrico pobre y abandonada.