jueves, 14 de julio de 2011

EL PASAJE EMBRUJADO












EL PASAJE EMBRUJADO

Algunas ciudades se abren ante nosotros como un mar intrincado de calles estrechas que tienen la apariencia de no llevarnos a ninguna parte y que vamos descubriendo a nuestro paso cuando vagamos decididos, sin rumbo por ellas y cuando nos dirigimos a algún lugar concreto, preguntamos a algún transeúnte  y sin ningún temor, nos acercamos  a esa dirección determinada, en la que se encuentra nuestro destino.
Joven aún, llegó cargado con su maleta el atardecer de un día laborable a una ciudad muy antigua de color dorado brillante iluminada por  el sol poniente. Callejeó un rato mientras encontraba su destino y entró en un pasaje lleno de vida, con el suelo empedrado  y magníficamente decorado, al que se accedía a través de una gran puerta de hierro abierta de par en par con un enorme candado colgando en una de sus hojas, y una escalera en la entrada con barandillas de madera.
 Grandes arcos se abrían a su paso y figuras diferentes entre sí colgaban del techo acompañando a un reloj encajado en una arcada, había también otras posadas  a ambos lados,  adosadas a las paredes formando filigranas, un ángel en medio sobre una peana posada en el suelo,  tocaba una trompeta, y en el centro de los arcos  celosías cubiertas con cristales de colores dejaban pasar la luz proyectando haces fantásticos sobre el piso cuajado de piedras  y sobre las paredes. A su paso, según caminaba, a uno y otro lado había grandes escaparates que albergaban galerías de arte, librerías de viejo, tiendas musicales, tiendas de antigüedades y cafés, situados cuidadosamente debajo de pequeños balconcillos de madera muy trabajada  que correspondían a diferentes viviendas también habitadas.
 Se topó con vagabundos, vestidos con harapos, con ancianos que caminaban con dificultad apoyados en sus bastones, mendigos, saltimbanquis y personajes de la farándula, intelectuales que leían sentados en las terrazas y discutían acaloradamente, bailarines y músicos tocando el violín, gimnastas, pintores con sus caballetes haciendo retratos, delineantes que esbozaban los trazos del lugar,  toda la bohemia de la ciudad parecía haberse dado cita allí para recibirlo. Encantado con el lugar, se asomó a una librería de viejo en donde encontró a un hombre encorvado con los rizos pelirrojos que le caían sobre sus gafas, muy corpulento, que estaba sentado de manera muy descuidada y miraba con desdén su mercancía, como si el paso de los  años hubiera impregnado en él solamente, el polvo de sus libros.
 Salió del lugar con rapidez y continuó su camino, se topaba también con gente de paso, que como él, cruzaba el pasaje, con el  aspecto marcado por la rutina , al final se abría una plaza rodeada de las galerías blancas de sus viviendas, tiendas, librerías, y un aserradero en el cual se construían pequeños muebles de uso común y de olor penetrante a madera y clavos,  en la que unos niños jugaban a la pelota con gran griterío, mientras  unos pocos ancianos los miraban sonrientes desde sus bancos. Continuó, cansado como estaba y se vio obligado a entrar en una calle larga de apariencia infinita, muy estrecha y también empedrada, retrocedió abrumado por el cansancio y se sentó en la plaza, en donde habló amigablemente con unos jóvenes que le dieron toda clase de explicaciones sobre el acceso a su lugar de destino, es más, le indicaron que también ellos estarían allí  más tarde, en un viejo café.
 Centrado en su trayecto, se encontró  de nuevo en otro pasaje muy semejante al anterior pero este era transversal y también culminaba en una plaza, en la que había tenderetes con objetos antiguos a la venta y unos farolillos encendidos sobre ellos indicaban que la noche estaba cerca, desfallecido continuó caminando sin prestar ya mucha atención a lo que veía, impaciente por llegar a su destino ,  y así uno tras otro caminaba recorriendo pasaje tras pasaje que iban apareciendo, en un itinerario sin fin y zigzagueante, los perros cabizbajos  le salían también al paso, se dio cuenta de que el trayecto nunca acababa, perdió el sentido de la orientación y comenzó a sentir frío, la noche se le venía encima y aún no había llegado al ansiado lugar que buscaba, el encanto se iba desvaneciendo a medida que el agotamiento hacía mella en él, se sentó en un recodo y angustiado se quedó dormido encima de su maleta.      
  Cuando despertó,  era ya un anciano que apenas veía y con mucho esfuerzo se incorporó en su cama,  para beber un vaso de agua.