martes, 5 de julio de 2011

LA BARCA DE CARONTE













LA BARCA DE CARONTE


Se notaba agitación por la ciudad, la gente andaba acelerando el paso, los coches pitaban, el tumulto era cada vez más grande, los niños lloraban con griterío y sus madres parecían agobiadas, esto sucedió durante largo tiempo de contínua agitación por comercios y plazas.
 Confundidos entre la multitud, paseaban ellos, como en un cortejo, “los amantes”, emparejados, agarrados de la mano y mirando de un lado al otro con la esperanza de ser vistos y ser notados, con cierto afán de supervivencia escrito en su mirada.
En una céntrica calle, que  curiosamente llevaba el nombre del Cielo,  cada día que pasaba, se escuchaba el rumor de que alguien había muerto y se dejaba sentir en el ambiente cierta desazón, una vez hecho el comentario, la gente lo silenciaba rápidamente. Recorrer esa calle todos los días, imponía cierto respeto, pero el amor residía en ella y cohabitaba con la muerte.
Pasaron dos años y el ambiente continuaba enrarecido, preocupada acudía asiduamente a visitar a unos amigos que vivían en esa calle, tenía que atravesarla  diariamente en mi trayecto y sin ningún temor me tomaba un refrigerio en ella, de vez en cuando.
“Los amantes mencionados” que eran unas diez parejas conocidas, a excepción de una que vivía por allí, jamás la atravesaban y solían evitarla.
Cada día en esa calle ocurría una desgracia… uno  de esos años, murió uno de mis amigos y todos los que asistieron al evento, se congregaron en un bar de la calle para tomar unas cervezas, en cuestión de segundos, desaparecieron todos con cualquier pretexto, y al año siguiente, el otro que falleció fue uno de “los amantes” que también vivía allí y así, sucesivamente y en poco tiempo,  fueron muriendo numerosos vecinos de diferentes edades, algunos, incluso, muy jóvenes,
Estaba claro,  Caronte tenía trabajo, me acerqué a visitarlo, anciano y flaco, y con los ojos desorbitados,  esbozó una sonrisa de regocijo, él, era uno de “los amantes supervivientes” y contaba con avaricia, dentro de una bolsa, las monedas que le habían entregado todos los fallecidos de la calle  del Paraiso.