viernes, 24 de junio de 2011

LOS LIBROS Y EL ANCIANO

LOS LIBROS Y EL ANCIANO

No es la desolación  de lo que ocurre, sino de lo que no ocurrirá nunca, no es la triteza de lo que son las cosas sino la de aquello que nunca llegan a ser.
Humbert Kink

El anciano dormía de sol a sol y solamente salía a refrescarse al caer la tarde y se emborrachaba todos los días.
Vivía ajeno a todas las cosas y afirmaba vehemente, que ya lo había hecho y visto todo en la vida y esperaba  la muerte. Ofuscado y triste,  ya no establecía ningún tipo de acercamiento humano, con lo cual, era en extremo difícil entablar una conversación con él, que no fuera entrecortada, con diferentes fluctuaciones de tono, a golpe de soledad y desamparo.
De vez en cuando se oía el crujido de su puerta cuando salía para ir al baño, entre tanto…. La persona que lo cuidaba merodeaba por la casa buscando la manera de establecer algún tipo de comunicación, que le proporcionara distracción.
Había en esa casa toda clase de antigüedades, celosamente guardadas a lo largo de los años y al parecer de gran valor, había también libros,  y se acercó a ellos con el fin de encontrar alguna voz que le fuera familiar. Se había instalado en ella la añoranza de sus libros.
 Ocurre con los libros que es mejor tenerlos en casa cuidadosamente colocados, siempre a nuestra disposición cuando nos asalta un pasaje, un relato, un nombre  que necesitamos releer con urgencia, lo que no es posible, cuando leemos libros prestados o simplemente alquilados por unos días en una biblioteca, con fecha de entrega y prorrogable, manoseados por la multitud y con las páginas encorvadas  o destartaladas la mayor parte de las veces.
Encontró muchos libros de cocina, enciclopedias y compendios de toda clase, novelas de postguerra, diccionarios y métodos de aprendizaje de alguna lengua, incluso algunos libros de texto y también relatos infantiles. Dio la vuelta hacia la derecha y encontró uno, que le llamó poderosamente la atención en medio de libros tan pintorescos, “Punto de Fuga” de Peter Weiss, lo rescató con premura de la estantería y se lo llevó consigo a la cama para releerlo.
Al poco tiempo, él apareció en la entrada dispuesto a salir como todos los días, y al contemplar la escena de relectura exclamó ¡ah¡  ¡sí... sí¡   nunca he  podido comprender a ese hombre…. Y partió con su desolación rumbo al río en el que se bañaba todos los días… …