domingo, 29 de mayo de 2011

LA CALLE

LA CALLE
Vagar por las calles cubiertas de niebla húmedas  con charcos traidores que no percibimos a nuestro paso apresurados y ensimismados que nos empapan hasta las rodillas, los gatos que bajan de los tejados hambrientos y helados se hacen presentes, la luz en el cielo es diáfana y triste, un piano suelta sus notas  a través de un balcón, no pensar, no sentir, dejarse llevar por la niebla que conduce los pasos hasta un hogar prestado donde la noche es eterna y puntual y la mañana amarilla, entrar en el pasaje de los libros posados entre plásticos que los protegen de la humedad, las tiendas están cerradas, quizá sea fiesta pero que más da, es un día cualquiera de una noche  especial, que se llena de fantasmas, de voces con sus ecos, se va llenando de presencias ya vividas, y se alza inconstante entre las sábanas también prestadas, en medio de un exilio atroz, la eterna expulsión del paraiso de los que todo lo procuran con afan y se imponen en todo su esplendor atentos sobre todo  a su ego infinito, expulsión en fin de un mundo maltrecho que se acaba, hacia la nada del universo loco, en donde todo tiene un significado que no precisa diccionario.Vagar siempre solitario en un mundo que se diluye en partículas y se desdobla y repite siempre la misma añoranza sin fin, la soledad de los niños, la soledad de los que se aman, la soledad de los que sueñan la soledad además de los que no pueden ya gritar.

CIRCE Y EL HACEDOR DE LAS HORAS PERDIDAS

CIRCE Y EL HACEDOR DE LAS HORAS PERDIDAS

La calima impregnaba la atmósfera, el saludo de sus habitantes era exiguo, en el trayecto árido de la tierra guanche se sentía la soledad del calor sofocante y húmedo. En el interior del bar había aire acondicionado y llegó  un poco ventoso el escritor de la Universidad, autor de la novela que alude a la hechicera, con mucha dialéctica acompañado de gestos exagerados, ligeramente esbelto y huesudo y echando pestes por la boca. Así se presentó el individuo que hizo detenerse el tiempo durante unos días en la isla en donde el despiste era el protagonista, en el centro justo de una ciudad hosca y habitada por individuos maleducados que no respodían a un “buenos días”, con el equipaje ligero del sueño de siempre, andar en medio de ese desierto se hizo tedioso y absurdo, el deseo de partir se hizo cada vez mas imperioso, entre tanto la lectura de la novela canaria con curiosidad  impaciente, hizo que los días calurosos se trasladaran de súbito a otra ciudad lejos de la isla donde habitaba Circe.